
La renuncia de Rivadavia, según Avellaneda
Uno de los últimos escritos del gran tucumano Nicolás Avellaneda (1837-1885), fue el titulado “Rivadavia”. Allí abarcaba dos temas. Por un lado, evocaba su niñez de exiliado en Bolivia, en bellas páginas autobiográficas que serían citadas muchas veces. Por el otro, exponía una suerte de juicio del partido unitario, a propósito de Bernardino Rivadavia.
Es interesante su opinión sobre el fin de la presidencia de aquél. Recordaba que “en un momento célebre de nuestra historia, Rivadavia dijo: ‘Soya la razón y no quiero ser la fuerza’, y descendió con la solemnidad de un pontífice las gradas de la presidencia”. Lo hizo “para ir a la proscripción, que sólo tuvo dieciocho años después por desenlace la muerte, quizás anhelada”.
La intención de Rivadavia, reflexiona Avellaneda, “era elevada y recta, porque nunca hubo bajo el cielo argentino, un patriotismo como el suyo, más comprobado; y el experimento fue terrible, porque hizo del más grande de nuestros hombres públicos también el más infortunado”.
Le parecía necesario ahora “sobreponerse a la admiración por el genio –o, lo que es más difícil, a la piedad por el infortunio- para decir que la noción de Rivadavia sobre su papel era equivocada. Gobierno es la autoridad, y la autoridad se compone, igualmente, de estos dos elementos ineludibles: la razón como la fuerza”.
Porque “los gobernantes no son pastores de almas, y menos que orgullo –que es un sentimiento de dominación- puede haber hasta vanidad, en confundir el gobierno con un pontificado”. La renuncia de Rivadavia “traía, pura, simple y exclusivamente, la disolución nacional”.