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NAIPES EN UN BOLICHE BONAERENSE. Fuera de estas partidas, durante buena parte del siglo XIX en Tucumán no había otras posibilidades de juego.

Dos solicitudes en la década de 1820.


En el Tucumán de la Independencia, “el pueblo poco se divertía, como no fuese en las carreras de caballos o juegos de sortija”. Había “un par de mesas de billar y otras tantas canchas de bochas o bolas”, escribe Julio P. Ávila. Unos años después, ya en tiempo de las Guerras Civiles, en las actas del Cabildo pueden verse intentos de implantar otros juegos, que parecen no haber prosperado.

En la sesión del 12 de julio de 1821, se leyó la solicitud de un tal Claudio Asenjo, “natural de Buenos Aires”, quien requería autorización para “establecer en esta capital el juego de la ruleta”. El “Excelentísimo Supremo Presidente” de la República de Tucumán, coronel Bernabé Aráoz, había girado la solicitud a los cabildantes.

El Síndico Procurador del cuerpo examinó la solicitud y aconsejó expresar a Aráoz “no ser conveniente el tal establecimiento”, por hallarlo “contrario a la salud pública y a la moralidad a que debemos aspirar, más que en otro tiempo, en las presentes circunstancias”. Los capitulares estuvieron de acuerdo.

Poco más de año y medio después, en sesión del 20 de enero de 1823, el criterio al parecer era más flexible. El Cabildo consideró “el beneficio que pudiera resultar al público, en el establecimiento de una Lotería de Suertes, practicada el 1° y el 15 en el modelo y forma que se usa en la Capital de Buenos Aires, según el modelo que se tuvo a la vista formado por aquella Policía”. El sistema era que el Cabildo afrontase “los gastos que para dicho establecimiento se impendan, mediante a ceder en su beneficio este fondo”. Del asunto se corrió vista al Síndico Procurador y no vuelve a aparecer en las actas.