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JOSÉ PADILLA. Durante su estadía en San Juan, en 1861, el futuro intendente se hizo tomar esta fotografía. LA GACETA / ARCHIVO

El azaroso viaje de don José Padilla.


Don José Padilla (1841-1911), padre del gobernador Ernesto Padilla (1873-1951) ha quedado en la historia como un famoso intendente de Tucumán. Fue quien trajo la luz eléctrica y abrió nuestras “cuatro avenidas”, para dar un par de ejemplos. Su hijo Ernesto trazaría, en LA GACETA, una síntesis de su fructífera vida. Recordaba allí una anécdota de juventud del progenitor.

En el turbulento año 1861, Padilla partió a San Juan, al frente de un arreo de mulas que cargaba azúcar y aguardiente para vender. Lo impresionaron tanto las chacras sanjuaninas, que trajo ejemplares de uva moscatel blanca para plantarlas en su casa de Tucumán. También, brotes de “asclepia”, esa “enredadera atrayente por sus hojas aterciopeladas y sus flores blancas”.

Para asegurarles brotes, las regaba a diario con gotas “del agua guardada en el chifle, que lo defendía de la sed en los largos trechos de la travesía inhospitalaria”, durante el camino de vuelta. Camino infectado de maleantes, por lo que llevaba las monedas producto de la venta “en listones de género apretado a su cuerpo”.

Un día se adelantó al grueso del arreo. Extravió el camino y cayó desmayado. “Sus peones no dieron con él y llegaron a destino azorados, sin poder dar noticias”. La familia se desesperó y lo buscaron inútilmente por todas partes. Pero, “al cabo de largos y angustiosos días, apareció dando testimonio de un impresionante acto de misericordia. Un transeúnte lo había recogido del camino y, sin conocerlo, lo alojó, sometiéndolo a los cuidados más solícitos hasta restituirlo sano”. Ese buen samaritano era un catamarqueño del que nunca supo el nombre.