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NICOLÁS AVELLANEDA. Cuando faltaba el catedrático, el rector se encargaba él mismo de reemplazarlo. NICOLÁS AVELLANEDA. Cuando faltaba el catedrático, el rector se encargaba él mismo de reemplazarlo.

Una clase cuando estaba ausente el profesor.


El literato Leopoldo Díaz recordó, en un escrito, que la cátedra era “una fase culminante” de Nicolás Avellaneda. Cuando era rector de la Universidad de Buenos Aires, “faltaba a veces el profesor de cualquier materia. Cinco minutos después, el doctor Avellaneda dictaba la lección, ya fuese una disquisición histórica, filosófica o literaria. ¡Qué brillo de dicción, qué dialéctica encantadora! ¡Cuánta distancia de este alto pensador, de este profesor vigoroso y amplio, con los sabios hirsutos, que parecen masticar ideas, vanidosas como dama encinta, de los cuales se espera con ansiedad el ‘fíat verba’ que los revele y traduzca”…

Un día estuvo ausente el catedrático de Literatura. Los alumnos “se felicitaban en silencio de esa casualidad, que les proporcionaba una hora de suprema voluptuosidad intelectual”. De pronto, “el doctor Avellaneda entró en clase y preguntó qué punto del programa estudiaban en el momento”. Le contestaron: “Safo”. Entonces, “se replegó un instante dentro de sí y empezó su brillantísima oración sobre la poetisa inmortalizada en Léucades. ¡Cuánta frase que un buril de diamante perfilaba; qué modo de argumentar, de presentar los estados de alma de la grande poetisa inspirada!”. Expresaba Díaz que fue “un desfile maravilloso de todo un siglo, con sus filósofos, sus artistas, sus retóricos y sus poetas”. Empezó con Sócrates, llegó luego a “aquella mujer dominadora y bella, aquella cortesana Aspasia, endiosada por una corte de hombres elegidos, doble reina por la inteligencia y por la hermosura”. Y en seguida, “el amor de vorágine de la gran poetisa griega, que para sepultar en el abismo su pasión, que ya no cabía en la tierra, busca la roca más alta de la montaña y, después de cantar su última queja en la lira, con el cabello suelto y la mirada vaga y profunda de las profetisas, se hunde en el Egeo declamando el último hexámetro…”.