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CONGRESALES DE LA INDEPENDENCIA. La pintura de Antonio González Moreno retrató, en el momento de la jura, a la mayoría de los diputados.

Al disolverse el Congreso de la Independencia, la vida llevaría por variados rumbos a sus integrantes.


Es conocido que el Congreso de la Independencia trasladó sus sesiones de Tucumán a Buenos Aires en febrero de 1817, y que se disolvió en febrero de 1820, cuando despuntaba la anarquía. Tiene interés examinar el destino posterior de aquellos representantes. Muchos volvieron a la política, otros pasaron a la vida privada, varios murieron en el exilio y dos fueron salvajemente ultimados.

Los porteños

De los diputados por Buenos Aires, el doctor José Darragueyra fue reelegido en su banca, en 1817. Pero ya estaba muy enfermo y falleció antes de que el Congreso terminara su ciclo. Fray Cayetano Rodríguez se retiró a su convento, aunque volvería a actuar como periodista fundando “El Oficial de Día”, hoja que combatía la reforma eclesiástica. El doctor Esteban Agustín Gazcón, en cambio, tuvo cargos eminentes: fue ministro de Hacienda del Director Juan Martín de Pueyrredón, miembro de la Junta de Representantes y presidente de la Cámara de Apelaciones, además de desempeñar trascendentes comisiones del Estado.

El doctor Juan José Passo, sería miembro y presidente de la Junta de Representantes, así diputado al Congreso de 1824 a 1826. Se retiró luego a la vida privada.

Más porteños

Al presbítero doctor Antonio Sáenz, lo esperaba el gran honor de primer rector de la flamante Universidad de Buenos Aires, en 1821, en cuyas aulas dictó dos cátedras de Derecho. El doctor Pedro Medrano tuvo saliente papel, en 1820, en el movimiento contra el gobernador Manuel de Sarratea. Gran amigo de Juan Manuel de Rosas, fue miembro de la Junta de Representantes y presidente de la Cámara de Apelaciones. El doctor Tomás Manuel de Anchorena integró la Junta de Representantes en 1820 y volvió a la política en 1827, en el gobierno de Manuel Dorrego. Arrestado por Juan Lavalle, logró fugarse a Montevideo y, al regresar, sería miembro de la Cámara de Apelaciones y ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores en el primer gobierno de Rosas. Renunció en 1823 y se retiró a su casa y a sus campos, rechazando la silla de gobernador que le ofrecieron en 1834.

Tucumán y Salta

En cuanto a los diputados por Tucumán, el presbítero doctor Pedro Miguel Aráoz y el canónigo doctor José Ignacio Thames, sólo al primero le tocaron roles de relieve, durante los tiempos de la efímera “República de Tucumán”. Fue constituyente de esa “República”, integró la Sala de Representantes y la presidió, además de redactar el periódico “El Tucumano Imparcial”. En 1821, con Pedro León Gallo y Juan Andrés Pacheco de Melo firmó, en nombre de Tucumán, ese tratado de Vinará que calmó provisoriamente las hostilidades con Santiago del Estero. En cuanto a su colega Thames, integró un tiempo la Sala, pero prefirió concentrarse en su función de canónigo chantre de la Catedral de Salta.

Desempeñaron la diputación por Salta, los doctores Mariano Boedo y José Ignacio de Gorriti. El primero se quedó en Buenos Aires tras la disolución del Congreso, y su figura se esfumó. Distinto fue el caso de Gorriti. Sería dos veces gobernador de Salta y luchó valientemente contra los invasores realistas, derrotando a Pedro Olañeta en el famoso “Día grande de Jujuy”. Debió luego emigrar al Alto Perú, para establecerse en Chuquisaca hasta el fin de sus días.

Jujuy y Santiago

El diputado por Jujuy, doctor Teodoro Sánchez de Bustamante, pasó a vivir en Córdoba y luego marchó a Salta, donde fue secretario de Gobierno del general Juan Antonio Álvarez de Arenales, y su reemplazante interino. En 1826, asumió la gobernación de Jujuy. Terminó sus días en Bolivia, exiliado en Santa Cruz de la Sierra.

Los diputados por Santiago del Estero, fueron el presbítero Pedro León Gallo y el presbítero doctor Pedro Francisco de Uriarte. Tuvo Gallo actuación destacada: firmó el tratado de Vinará, fue diputado a la Legislatura y luego gobernador eclesiástico de la diócesis santiagueña. Finalmente se radicó en Tucumán, hasta su muerte. Por su lado, Uriarte se limitó a su curato de Loreto, donde fundaría una escuela. Aunque no tenía vida política, debió sufrir una temporada de prisión en El Bracho, por orden del caudillo Juan Felipe Ibarra.

Catamarca y Rioja

La provincia de Catamarca estaba representada por dos eclesiásticos, el canónigo doctor Manuel Antonio Acevedo y el doctor José Eusebio Colombres. Es conocido que Colombres, en 1821, fue el benemérito fundador de la industria azucarera de Tucumán. Fue ministro y gobernador interino durante la Liga del Norte contra Rosas, lo que le valió años duros de exilio en Bolivia. Al regresar, se desempeñó como vicario y gobernador de la diócesis de Salta. No llegó a enterarse de que había sido nombrado obispo, porque las bulas pontificias llegaron a Tucumán después de su muerte. En cuanto a Acevedo, lo nombró Catamarca su diputado al Congreso de 1824, cuando ya estaba aquejado por la enfermedad que lo llevaría a la tumba.

Diputado por La Rioja era otro sacerdote, el doctor Pedro Ignacio de Castro Barros. Después del Congreso, lo esperaban (además de dignidades como el curato rectoral de San Juan, la canongía magistral de Salta y el vicariato capitular de Córdoba) variadas peripecias. Fue tomado prisionero por el caudillo Estanislao López y pudo huir luego de mil penurias. Fue elegido dos veces rector de la Universidad de Córdoba, así como legislador de esa provincia. Por orden de Rosas, estuvo varios meses prisionero y, ni bien libre, emigró a Montevideo. En 1841, se radicaría definitivamente en Santiago de Chile.

Los de Cuyo

Representaron a Mendoza, en el Congreso, Tomás Godoy Cruz y el doctor Juan Agustín Maza. Este último, además de dictar cátedras en su provincia y desempeñar una banca legislativa, se sumergió activamente en la política. Al acercarse las fuerzas de la Liga del Interior, en 1830, huyó con el gobernador Juan Corvalán y otros, a buscar el apoyo de los indios pehuenches y de los bandidos Pincheyra. Terminaron todos lanceados en Chacay, en una cruenta tragedia. En cuanto a Godoy Cruz, tuvo saliente actuación cívica después del Congreso. Fue gobernador de Mendoza, ministro, presidente de la Legislatura, por ejemplo. En 1831 tuvo que emigrar a Chile, pero años después regresó a su tierra, para dirigir exitosamente establecimientos de sedería.

Llevaron la diputación por San Juan, el licenciado Francisco Narciso de Laprida y el fraile dominico doctor Justo Santa María de Oro. Correspondió a Laprida ser gobernador interino de su provincia, diputado al Congreso de 1826 y ministro de Gobierno. En la invasión de Juan Facundo Quiroga, pasó a Mendoza y se enroló en el “Batallón del Orden”. Su división fue desbandada en el Potrero del Pilar. El licenciado Laprida terminó muerto a tiros y puñaladas en la calle, y nunca se encontró su cadáver. Al padre Oro lo esperaban altos cargos eclesiásticos. Fue provincial de su orden en Chile, y luego vicario apostólico de Cuyo, obispo de Taunaco y primer obispo de la diócesis de Cuyo, en 1834.

Los de Córdoba

Cuatro fueron los diputados por Córdoba. El licenciado José Antonio Cabrera se negó al traslado a Buenos Aires y, de vuelta en Córdoba, actuó muy brevemente en público, antes de retirarse a la vida privada. Eduardo Pérez Bulnes, quien también se negó al traslado, firmaría más tarde la Constitución de 1826: fue legislador en su provincia y, tras la caída de José María Paz, quedó en la penumbra. El licenciado Luis Jerónimo Salguero de Cabrera y Cabrera, fue legislador en Córdoba, fiscal de la Cámara de Apelaciones y juez de Primera Instancia. Terminó exiliado en Chuquisaca. En lo que atañe al canónigo doctor Miguel Calixto del Corro, luego de disuelto el Congreso fue otra vez rector de la Universidad cordobesa, y dos veces legislador. En 1831 ya estaba totalmente retirado.

Los altoperuanos

Los doctores José Severo Feliciano Malavia, José Mariano Serrano y Mariano Sánchez de Loria representaban a Charcas, jurisdicción altoperuana en poder de los realistas. Malavia se quedó unos años en Buenos Aires, ejerciendo la abogacía y con una banca en la Sala de Representantes. En 1825 regresó a Bolivia: sería comisionado diplomático en la capital argentina y también en Lima. En sus últimos años, integró la Suprema Corte de Bolivia.

El doctor Serrano se desempeñaría como ministro en Tucumán y en Salta. Volvió a Chuquisaca en 1825 y, como presidente de la Asamblea, le tocó firmar el Acta de la Independencia de Bolivia. Fue presidente provisional de su país y titular de la Suprema Corte de Justicia. Y el doctor Sánchez de Loria, enviudó poco después de renunciar al Congreso: pasó a la vida religiosa, ordenándose sacerdote. Sería canónigo de Charcas y “cura de almas” de Potosí.

El diputado por Mizque, doctor Pedro Ignacio Rivera, tras la disolución del Congreso se estableció definitivamente en Buenos Aires. Finalmente, el diputado por Chichas, presbítero doctor José Andrés Pacheco de Melo, luego de firmar el pacto de Vinará, pasó a Mendoza, donde fue dos veces ministro de Gobierno. Su rastro se pierde en 1825.

Las muertes

Todos los integrantes del Congreso de Tucumán fallecieron entre 1817 y 1859. El primero en morir fue Darragueyra. Lo siguieron Boedo, en 1819, Cabrera en 1820, Rodríguez en 1823, Gascón en 1824, Acevedo y Sáenz en 1825. No se sabe la fecha de defunción de Pacheco de Melo, pero se la fija alrededor de 1826.

En 1829 y en 1830, respectivamente, fueron ultimados Laprida y Maza. En 1832, murieron los dos representantes de Tucumán, Aráoz y Thames. En 1833, fallecieron Rivera y Paso; Gorriti en 1835, Oro en 1836, Uriarte en 1839, Medrano y Salguero en 1840, Sánchez de Loria en 1842, Anchorena en 1847 y, en 1849, Malavia y Castro Barros. En 1851, murieron Sánchez de Bustamante, Corro y Pérez Bulnes. En 1852, les tocó a Gallo, Serrano y Godoy Cruz.

El último sobreviviente del Congreso, fue el doctor José Eusebio Colombres. Falleció octogenario en Tucumán, el 11 de febrero de 1859, y a sus exequias asistió una multitud. Los batallones “San Martín” y “Belgrano” de la Guardia Nacional, mandados por el coronel Juan Elías, le rindieron honores militares. Su féretro bajó a la tumba entre cañonazos y salvas de fusilería