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ERNESTO PADILLA. Un retrato de su época de estudiante universitario

Ernesto Padilla, expulsado de la Normal.


En su niñez, el luego destacado hombre público tucumano Ernesto Padilla (1873-1951) se destacó como temido especialista en toda clase de bromas pesadas. Corría 1883 cuando era alumno de nuestra Escuela Normal, en la clase de la maestra Zoila Villafañe de Roldán. Dirigía entonces el establecimiento Paul Groussac, hombre severo e implacable en el mantenimiento de la disciplina.

No se sabe qué gruesa diablura habría llevado a cabo el alumno Padilla. Pero el hecho es que, por esa causa, Groussac dispuso, sin más trámite, expulsarlo de la Escuela. El progenitor, don José Padilla, resolvió entonces enviarlo a Santa Fe, al Colegio de la Inmaculada. Lo dirigían los padres jesuitas, de conocida eficacia para domar los menores rebeldes. Volvería años más tarde al Colegio Nacional, donde se recibió de bachiller en 1889.

Ernesto Padilla mantuvo afectuosa relación con la señora de Roldán, hasta la muerte de su antigua maestra. La ayudó económicamente, además de interesarse siempre por su vida. En 1949, decía por carta a doña Zoila que “a través de 67 años, todavía me asoma el sonrojo al sentir lo que inicuamente le hice sentir”. Esperaba que “mi arrepentimiento alcance a borrar la falta de mi infancia borrascosa”, y le reiteraba el “testimonio de mi veneración y de mi cariño”.

En cuanto a Groussac, el doctor Padilla no sólo nunca le guardó rencor por la expulsión, sino que se condujo a su respecto como amigo y como incondicional admirador. Propuso -sin éxito- a la Comisión Nacional del Centenario, encargarle el gran libro sobre el Congreso de 1816, y presentó, en 1924, en la Cámara de Diputados, un proyecto de aumento de la jubilación del octogenario maestro. Además, en 1916, reeditó aquí “El Congreso de Tucumán”.