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JUAN B. TERÁN. Primera de las dos medallas que en su homenaje acuñó la Academia Nacional de la Historia.

Reflexiones y recuerdo de la Universidad.


En mayo de 1936, Juan B. Terán dejaba reflexiones en su diario personal. “Cuando veo un nudo de piolines ajustando un envoltorio, me vienen ganas de desatarlo prolijamente. Lo sé porque encuentro, en ese acto de resurrección del esfuerzo y de la emoción con que fue atado, el cuadro completo de un acto de amor, de vida doméstica, de prolijidad significativa”. Y cuando “veo que una persona, en vez de cortarlo, lo desata pacientemente, me formo de ella la mejor idea”, escribe. En otras líneas, vuelve a su tema de siempre, la fuerza moral. “¡Y después se niega la influencia de lo moral sobre lo físico y se quiere hacer de aquel un mero reflejo de este! Cuando el ánimo está alentado, confiado, con motivos de encorajinamiento y alegría, el mundo se transforma físicamente. El frío es menos frío, las fisonomías nos parecen sonrientes, el agua de un sabor cordial, nuestras canas menos funestas; hasta la navaja de afeitar parece más dócil, más eficaz y nada peligrosa”.

De pronto, regresa con la mente a sus ya lejanos años de rector de la Universidad de Tucumán. El día anterior, un señor le había hablado de esa institución “que yo fundé y dirigí durante catorce años”, escribe. “Las gentes dijeron que era una ambición temeraria que Tucumán tuviera Universidad”. Sin embargo, “la hice crecer, la hice respetar, su nombre salió del país. Publicó libros que circularon por el mundo. Y ahora, desde hace seis años, ha venido cada día a menos. Parece chica en efecto, hoy, prematura, desproporcionada”. Agrega: “todo es porque antes hubo un hombre, y ahora la dirigen segundones, empleados, buscadores de posiciones. ¡La influencia de un hombre!”.