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ERNESTO PADILLA. A la izquierda, en una de sus últimas fotos, junto al doctor Jorge Nougués.

Las últimas cartas del ilustre tucumano.


Hasta su último día (falleció en Buenos Aires el 23 de agosto de 1951, a los 78 años) el ilustre tucumano Ernesto Padilla trabajó por su provincia, animando obras públicas y empresas culturales. Como se sabe, había sido gobernador, legislador provincial, varias veces diputado al Congreso, ministro de la Nación. Cuando los años se le vinieron encima, trajeron aparejada la maldición de la ceguera; pero nunca se permitió una tregua a su labor. Así puede apreciarse en su correspondencia, que custodia nuestro Archivo Histórico, como en la biografía en tres tomos que le dedicó el gran historiador Guillermo Furlong.

En sus años finales, solía escribir (1948) al amigo tucumano Miguel P. Díaz. “Trato de acomodarme de capacidad para el trabajo y no incurrir en exceso; pero a veces me encuentro con situaciones en que tengo que oponer el trabajo como arma para defender la salud. Así me sucede, por ejemplo, cuando el sueño se me muestra esquivo. Por experiencia, sé que es lo peor irritarse contra él y entonces busco engañarlo aparentando que no le hago caso, con alguna pequeña diligencia”.

En julio de 1951, un mes antes de morir, decía otra carta a ese amigo: “Me preguntas por mi salud y te contesto a lo riojano: ‘durando, durando’; pero gracias a Dios me mantengo en condiciones relativamente buenas, con mi espíritu animado, sin dejar que se adueñen de mí preocupaciones que no serían tan naturales a la edad, como a las circunstancias que nos envuelven. Sobrepongo a todo mi convicción cristiana y no diré ya al porvenir, sino a lo que puedo mirar al frente. Espero siempre la bendición de Dios sobre nuestro pueblo y nuestro destino”.