En el Congreso de la Independencia, correspondían a Tucumán tres diputados, pero diversas incidencias los redujeron a dos
Por alguna razón, en Tucumán las cosas siempre resultan bastante complicadas. La elección de sus representantes al Congreso de las Provincias Unidas, en 1816, no fue una excepción. Así lo narra la documentada reconstrucción del asunto que hizo el historiador Julio P. Ávila en “La ciudad arribeña”, y cuyo texto seguimos.
Es sabido que el proceso de la famosa asamblea se inició en los primeros meses del año anterior. El 20 de abril de 1815, se había sancionado en Buenos Aires un Estatuto Provisional para organizar el país. Aunque no duró mucho su vigencia, por suerte llegó a aplicarse el artículo 30. Disponía que “luego que el Director Supremo se posesione del mando, invitará con particular esmero y eficacia a todas las ciudades y villas de todas las provincias interiores, para el pronto nombramiento de diputados que hayan de formar una Constitución; los cuales deberán reunirse en la ciudad de Tucumán, para que allí acuerden el lugar en que hayan de continuar sus sesiones”.
Tres para Tucumán
El Director Supremo, general Ignacio Álvarez Thomas, juró el Estatuto el 16 de mayo y a poco andar hizo la convocatoria. De acuerdo a ella, las provincias se abocaron a elegir sus diputados. No lo hicieron la Banda Oriental, cuyo líder José Artigas resistía al Congreso, ni tampoco las provincias litorales (Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe) que respondían a su influencia. Tampoco asistió el Paraguay.
A la provincia de Tucumán le correspondían tres representantes, que debían designarse por un sistema de elección indirecto y algo complicado. La ciudad y los distritos de campaña debían elegir electores, a razón de cuatro por la Capital y uno por cada distrito. Todos estos, junto con los miembros del Cabildo, formarían la llamada Asamblea Electoral. Esta, por simple mayoría, nombraría finalmente a los congresales.
Dos renuncias
Pero, al parecer, todo el trámite se desarrolló de modo irregular. Los miembros del Cabildo, por ejemplo, votaron dos veces, una como ciudadanos y otra como funcionarios. Además, fue objetado el número de representantes. La impugnación sostenía que, si de acuerdo al Estatuto, eran suficientes cuatro electores por la Capital para que representasen a sus 8.000 habitantes, ¿a quién venían a representar, entonces, los 12 miembros del Cabildo, que también votaban por la Capital, creando una enorme desproporción con la campaña, que sólo elegía uno por distrito?
Sea como fuere, el comicio dio por resultado la elección del párroco de la Matriz, doctor Pedro Miguel Aráoz; del abogado Juan Bautista Paz y del presbítero doctor José Agustín Molina. Este renunció de inmediato, y se procedió a reemplazarlo por el canónigo José Ignacio Thames. Pero los reparos que, vimos, se habían hecho a la forma de las designaciones, movieron a Aráoz y Paz a presentar también sus dimisiones a la Asamblea Electoral. En cambio, el doctor Thames, con toda inteligencia, guardó silencio y se incorporó al cuerpo.
Nueva elección
El Congreso decidió, el 27 de marzo de 1816, nombrar una comisión para que dictaminara sobre las renuncias de Aráoz y Paz y sobre las elecciones respectivas. La integraban los diputados Francisco Narciso de Laprida, Manuel Antonio Sáenz, Gerónimo Salguero, Tomás Godoy Cruz y Pedro Ignacio de Castro Barros. Hasta que produjeran dictamen, había que elegir diputados “provisionales”, a fin de que Tucumán tuviera completa su representación. Se inició entonces el complicado trámite de esta elección de “provisionales”. Pero el 17 de abril, a propuesta de la comisión, el Congreso resolvió declarar nulos los nombramientos de Aráoz y Paz, a la vez que suspendía el comicio “provisional” y mandaba realizar uno nuevo, para la designación de diputados titulares.
De acuerdo a tales disposiciones, hubo que efectuar, entonces, otra elección completa, en la ciudad y en la campaña.
Las impugnaciones
El historiador Ávila comenta que “las precauciones tomadas por el Congreso, los incidentes de la elección, la entereza de los hombres que formaban la mesa receptora de votos, la forma de votar de viva voz, por escrito o por cubierta cerrada”, permiten mirar este acto electoral como “el punto inicial de los grandes progresos alcanzados por el pueblo argentino en el ejercicio de sus derechos políticos”.
Existió una serie de impugnaciones, por las que se rechazaba a votantes “por ser emigrados”, o porque el oficio que tenían “no era útil al país”, y por otras razones. Por ejemplo, se rechazó al inglés Thomas Ramsay, comerciante y hojalatero. El gobernador Bernabé Aráoz giró al Congreso todos estos planteos. El cuerpo los recibió y acordó nombrar al diputado Esteban Agustín Gazcón, con plenas facultades para resolver “sobre el tambor” todos los reclamos.
Aráoz y Arteaga
Finalmente, quedaron designados nuevos electores. Por la capital, eran el doctor Serapión José de Arteaga, fray Juan José Montes, Pedro Velarde y José Manuel Terán. Por Burruyacu, el presbítero Gregorio Villafañe. Por Monteros, el teniente coronel Diego Aráoz. Por Los Juarez (Leales), el comandante Gerónimo Zalarayán. Por Trancas, el sargento mayor Bruno San Martín. Por Río Chico, el presbítero Francisco Basail, y por Chicligasta el presbítero doctor Diego León de Villafañe.
El 9 de mayo, todos estos se congregaron en la Asamblea Electoral para nombrar a los dos diputados que, unidos al ya incorporado Thames, constituirían la representación de Tucumán. Resultaron electos el doctor Serapión José de Arteaga, con 8 votos, y el presbítero doctor Pedro Miguel Aráoz, con 6 votos.
Desde la barra
Pero no terminaron allí los incidentes. La elección, según se advirtió, había dejado descontentos a algunos vecinos, por no ser oriundo de Tucumán el doctor Arteaga. Pero, así y todo, el Congreso aprobó lo resuelto, tras la defensa de los electos que hicieron Sáenz y Thames, e invitó a los diputados a incorporarse. Entonces, Arteaga contestó, desde la barra, que no podía incorporarse al Congreso mientras un solo hombre protestase contra su elección; y que en este caso no era uno sino varios.
La actitud de Arteaga se consideró un desacato, y el Congreso le ordenó retirarse del recinto. Más político, el doctor Aráoz procedió, sin formular planteo alguno, a prestar juramento e incorporarse al cuerpo. El diputado Pedro Medrano pidió que se incorporara a Arteaga tras hacerle un serio apercibimiento, planteo que el cuerpo no aceptó. Pero su banca quedó sin cubrir. Por eso Tucumán tuvo solamente dos diputados (Thames y Aráoz) que firmaron el 9 de julio de 1816 el acta de la Independencia, en lugar de los tres que le correspondían.
Las instrucciones
En cuanto a las instrucciones para los diputados, fueron redactadas el 6 de enero por el Cabildo, el gobernador Aráoz y tres electores “ad hoc”. Les encargaba pedir que “la Constitución que se sancione sea adaptable a nuestra situación local y política, a la índole y habitudes de los ciudadanos; que aliente la timidez de unos; que contenga la ambición de otros; que acabe con la vanidad inoportuna; que ataje pretensiones atrevidas; destruya pasiones insensatas; y dé, en fin, a los pueblos, la Carta de sus derechos y al Gobierno la de sus obligaciones”.
Se les ordenaba requerir la declaración de “la absoluta independencia de España y de sus reyes”, y se invitaba a la Banda Oriental y al Paraguay a participar en el Congreso. Pero no se suministraba, a los diputados, ninguna instrucción sobre la forma de gobierno a adoptar.