Levantó la moral del Ejército y preparó la victoria del 24
La versión completa del Himno Nacional Argentino, al enumerar las victorias patriotas dice: “San José, San Lorenzo y Suipacha / ambas Piedras, Salta y Tucumán”. Lo de “ambas Piedras” se refiere a los dos combates de ese nombre: el del Molino de Las Piedras, triunfo de Artigas del 18 de mayo de 1811, y el del Río Las Piedras, en territorio salteño, el 3 de setiembre de 1812.
De este último se cumplen hoy dos siglos. Merece sin duda un recuerdo, como precedente significativo de la batalla de Tucumán, que se libraría 21 días más tarde.
El Ejército del Norte, al mando del general Manuel Belgrano, venía desde el 23 de agosto de 1812 en retirada desde Jujuy. De acuerdo a las órdenes dadas por el Triunvirato, debía continuar sin detenerse hasta Córdoba. Se marchaba con apuro, porque la fuerza realista de Pío Tristán le pisaba los talones. Pero la velocidad debía ser muy relativa, dado el largo convoy de civiles de Jujuy y de Salta que caminaban penosamente detrás de los soldados.
Penosa retirada
En la retaguardia patriota, Eustoquio Díaz Vélez trataba de obstaculizar la avanzada de Tristán. Esta constaba de unos 600 hombros al mando de los coroneles Huici y Llanos.
En los patriotas -escribe Mitre- reinaba un clima de depresión. Iba “desmoralizada una gran parte de la oficialidad, y poseída la tropa de vagos temores, falta de agua y de sueño, escasa de alimentos”.
Pero Belgrano no desfallecía. Como lo recuerda el entonces teniente José María Paz, era en las dificultades donde se mostraba la calidad militar y la moral del creador de la Bandera. Conducía al ejército con inteligencia y con severidad, y no perdonaba las infracciones. Ya había fusilado sin miramientos a dos soldados desertores.
Por la mañana del 3 de setiembre, la retaguardia de Díaz Vélez, que tenía unos 200 hombres con dos pequeños cañones, fue atacada por los realistas. No tuvo más remedio que replegarse ante una fuerza que lo superaba dos veces.
La persecución
Tuvo que dejar los dos cañones, perdió dos oficiales y le tomaron cien prisioneros. Con el resto partió al galope buscando reunirse con Belgrano y tenazmente perseguido por las fuerzas de Huici.
Pero Belgrano estaba esperando a los realistas. Sus vigías le habían informado del contraste de Díaz Vélez y había tenido tiempo de desplegar, en un claro, sus fuerzas. A ella se unieron rápidamente las que venían escapando con Díaz Vélez. Sobre el paso del Río Las Piedras estaban dos baterías al mando del barón de Holmberg, la infantería se atrincheró entre los árboles y los accidentes del terreno. Para los realistas, toparse con ese despliegue fue una sorpresa. Holmberg les disparó certeros cañonazos que abrieron boquetes en la línea que alcanzaron a formar.
Belgrano impartió órdenes precisas. Mandó cargar un centenar de Cazadores a su derecha, a las órdenes de Carlos Fores. De la izquierda desprendió a Miguel Aráoz con otros 100 tiradores de Pardos y Morenos. Mientras, por el centro mandó avanzar al primer destacamento de Dragones: a su frente iba Gregorio Aráoz de La Madrid, seguido por Juan Ramón Balcarce, Díaz Vélez y el resto de la caballería disponible.
Triunfo patriota
Los realistas no pudieron resistir la arremetida y terminaron fugándose. Dejaron en el campo sesenta muertos. Los patriotas se hicieron de 150 fusiles -que necesitaban imperiosamente- y tomaron 40 prisioneros, según el parte de Belgrano. En cuanto a las bajas patriotas, fueron de tres muertos y seis heridos. Los prisioneros fueron rescatados y también los cañones.
Militarmente no constituyó una acción importante. Pero tuvo un gran efecto moral. El Ejército recuperó su autoestima al probarse a sí mismo que conservaba fuerza combativa, Y sin duda ese aliciente resultó de gran importancia para la Batalla de Tucumán, que librarían tres semanas más tarde y que entonces no sospechaban.
Además, la persecución de los realistas cesó y les dio respiro. Muchas de las familias que venían desde Jujuy y Salta aliviaron al Ejército, ya que se separaron para rumbear hacia Santiago del Estero. La tropa de Belgrano pudo descansar y siguió su retirada. Su próximo campamento sería La Encrucijada, en el departamento tucumano de Burruyacu.
Allí el curso de los acontecimientos iba a modificarse de raíz para desembocar en la Batalla de Tucumán.