Recién el 26, la batalla se reveló ganada
La batalla del 24 de septiembre de 1812 terminó en confusión. El jefe realista Pío Tristán, arrollado por sus fugitivos, se retiró hacia El Manantial, donde empezó a reorganizar sus fuerzas. Belgrano, arrastrado a su vez hasta Los Aguirre por un desbande, estaba fuera del campo. Ante esto, el mayor general Eustoquio Díaz Vélez ordenó un inteligente repliegue a la ciudad, cuyas calles estaban foseadas y artilladas.
Tras formar con los dispersos una columna de unos 200 hombres, Belgrano regresó al Campo de las Carreras y lo halló ya desierto. Ignoraba el resultado de la acción. Rumbeaba a la ciudad, pero en el trayecto avistó un cuerpo de tropa realista que le disparó unos cañonazos. En cuanto a Tristán, desde El Manantial pasó a colocarse en las afueras, meditando si atacaba o no la población.
Pero la curiosidad del capitán José María Paz lo hizo llegar hasta la ciudad. Supo que todo estaba listo para defenderla y Díaz Vélez le encargó informar a Belgrano lo que ocurría. Ya Tristán lo había amenazado con incendiar todo si no se rendía, a lo que Díaz Vélez contestó que, en ese caso, pasaría a degüello a los muchos prisioneros en su poder.
Enterado Belgrano de todo esto, ordenó a Paz que juntara a los dispersos. A la mañana del 25, el general, con su columna engrosada, avanzó hacia la ciudad. A las dos de la tarde, requirió a Tristán que se rindiera. Este contestó que “las armas del Rey no se rendían”. Así pasó todo el día: Díaz Vélez esperando una nueva batalla, atrincherado en la ciudad, y Belgrano, en las afueras, aguardando la decisión de Tristán. Durante la noche del 25 al 26, la fuerza patriota ejecutó “una marcha semicircular, rodeando la ciudad”, hasta llegar al arroyo Manantial. Allí supieron que el enemigo, mientras tanto, había resuelto abandonar Tucumán y retirarse hacia Salta. La batalla había sido ganada.