Demolía la fama del filólogo Miguel Mossi.
En 1926, la UNT editó el “Diccionario analítico sintético universal” del padre Miguel Ángel Mossi (1819-1895), sacerdote con gran fama de filólogo. No se la reconocía en absoluto Paul Groussac. En su artículo necrológico de 1895, lo describía como “un viejo sacerdote italiano, inofensivo y dulce, que hablaba corrientemente el quichua peruano, del cual el dialecto de Santiago no es más que una derivación un poco menos alterada que lo que se creía”.
Opinaba que “este pobre buen hombre era incapaz de enseñar lo que fuera”, y que “vivía en un sueño etimológico del cual nadie podía sacarlo”. Quiso morir “en Santiago, que para él era una segunda patria. Había sido cura en Atamisqui y Copo; amaba rezar en quichua, y su ideal jamás realizado fue inculcar la vieja lengua del Cuzco a sus alumnos”. Habló con él algunas veces, decía Groussac, y “me di cuenta rápidamente de que no tenía ni sospecha alguna de la Filología. No conocía ni siquiera el nombre de Bopp o de Max Müller. Su lingüística se reducía al quichua, al latín de iglesia y a algunas pizcas del griego y del hebreo, tomadas de los léxicos. Estaba obsesionado por esa idea infantil de que el quichua se relaciona con todas las lenguas comunes, el hebreo en particular; y como no estaba retenido ni guiado por ninguna noción de Filología comparada y menos de Historia General, vestía árboles genealógicos divertidos, sin cuidado alguno de las familias y de los géneros lingüísticos”.
Consideraba que “las inocentes elucubraciones” de Mossi “no son de ninguna utilidad, ni siquiera para el estudio del quichua, a causa de la falta absoluta de método y de juicio”. No quería “destruir la memoria de este viejo niño”, decía, “pero me figuro lo que deberán pensar de nuestra seriedad, de nuestro estado de alma, los lectores extranjeros”.