Heller niño divisó soldados y un periodista.
En 1923, el doctor Juan Heller (1883-1950) recordaba una escena de su infancia en Tucumán: eran los días del alzamiento armado de la Unión Cívica Radical. “Las fuerzas legales de la República acababan apenas de sofocar el estallido y la rebelión de 1893, y ante la seguridad de la intervención nacional la vida de la ciudad recobraba su curso normal”, narraba. Se sacaban las cadenas y los seguros de la entrada de las casas, “y al terminar la obligada clausura, los habitantes salían a las puertas a gozar del espectáculo alegre de la tranquilidad y de la paz”.
Añadía que “la escena revive mi memoria con todos sus contornos definidos y brillantes. En ese momento, desembocó por la calle una patrulla. Eran tres jinetes vestidos a la usanza criolla, las carabinas a la bandolera, que vendrían de alguna trinchera o cantón lejano para reunirse al núcleo de sus fuerzas”.
Recordaba que “iban alegres y satisfechos, al sobrepaso largo y elástico de sus caballos, y las chispas que de vez en cuando arrancaban sus herrados cascos de los pedernales de la calle, acrecentaban el aire marcial y arrogante del grupo, a cuyas espaldas flotaban largas cintas con los colores argentinos y partidistas”.
Detrás del grupo, venía el director de “El Orden”, León Rosenvald, con uno de sus hijos de la mano. Decía Heller que, desde entonces la figura del periodista quedó mezclada, en su imaginación, “con los ruidos y apariencias del combate, con los rumores de la discusión”. A sus ojos de niño, le parecía que Rosenvald era similar a los soldados que lo habían precedido, con la diferencia de que ellos “iban a despojarse de sus armas, mientras que él marchaba a tomar de nuevo las suyas”.