Una anécdota que escuchó Rojas Paz.
La figura del célebre baqueano José Alejandro Ferreyra, alias “Alico”, ha ocupado a numerosos escritores y memorialistas de las guerras argentinas. Es sabido que la mente de Alico tenía grabado un mapa tanto de los caminos como de las sendas más recónditas.
Actuó en Tucumán en tiempos de la Liga del Norte contra Rosas, y el Gobierno le dio grado de teniente en 1840. Fue “Alico” quien, luego de la batalla de Famaillá (1841), puso a salvo al vencido general Lavalle, sacándolo de Tucumán por sendas montañosas que solamente él conocía.
En “El patio de la noche” (1940), el tucumano Pablo Rojas Paz cuenta que, de niño, oyó una anécdota de “Alico” de labios de su centenaria bisabuela Gerónima Paz. “Una ocasión, llegó un hermano mío cayéndose del caballo. Apenas podía hablar: tenía un lanzazo en el costado y se le había ido mucha sangre por él”, le contó.
El herido alcanzó a decir: “Toda la caballada ha muerto envenenada; Lavalle se fue hacia el norte; a mí me trajo Alico aquí”. Seguía el relato: “Mi hermano expiró al primer canto del gallo. Alico puso sobre su pecho algo que después ví era una crucecita de quebracho. Y partió diciendo: ‘La hora es peligrosa’. Yo me quedé sola con la muerte. Después vinieron tres jinetes colorados que preguntaron gritando por un baquiano; pero cuando vieron que yo estaba con un cadáver, se descubrieron, se santiguaron, se dejaron estar un rato y después partieron. No recuerdo si esto pasó en Calchines o en Famaillá, en Tapia o en Las Cejas”.
Dicho esto, narra Rojas Paz, “la anciana se quedó mirando el ave invisible de su memoria, que se alejaba definitivamente hacia el horizonte”.