Imagen destacada
LA VIEJA MERCED. Foto tomada poco antes de la demolición y ya sin una torre. De allí salió el famoso mueble.EL SILLÓN DE LAPRIDA. Según Colombres, su incorporación al Salón de la Jura fue producto de “una broma de viejos”. la gaceta / archivo

En unas declaraciones a la prensa, en 1920, el padre Sixto Colombres desmintió categóricamente su autenticidad


Se han discutido, últimamente, las “autenticidades” que decoran el Salón de la Jura de la Casa de la Independencia. La ocasión parece oportuna para exhumar aquella versión sobre el sillón de Laprida, que hace casi un siglo lanzó, sin pelos en la lengua, el presbítero Sixto Colombres. Que sepamos, nadie la desmintió, en ese momento ni después.

El cura Colombres vivió entre 1850 y 1929. Fue capellán del Gobierno largos años, y luego vicerrector del Colegio Nacional, de 1896 a 1915. Lleno de parientes y de amigos, dotado de vivaz gracia criolla, era un personaje muy popular en la ciudad de su tiempo. En “El patio de la noche”, lo recuerda Pablo Rojas Paz, como protagonista de una anécdota de 1904. El escritor era niño entonces y estaba “haciendo la yuta”, sentado en un banco de la plaza Independencia.

En eso apareció Colombres “con la teja echada hacia la nuca, el cigarro de chala entre los labios, hundidas las manos en los grandes bolsillos de su hábito”. Riéndose, interpeló al chico Rojas Paz. “¿A quién se le ocurre hacer la yuta en la plaza?”. Le aconsejó que se fuera “hacia las quintas, a robar naranjas o a hacer saltar el puntal de un vagón de caña. Nunca vengas a la plaza y con libros”.

Día de furia

Otro episodio, narrado por Julio P. Ávila en su columna “Anecdotario tucumano”, de “El Orden”, es más iracundo. Corría 1888. Una revolución había derrocado el año anterior al gobernador Juan Posse. El jefe de aquella revuelta, Lídoro J. Quinteros, era ya gobernador y en ese carácter presidía el Tedeum del 9 de Julio, en la Catedral. Uno de los celebrantes era el cura Sixto, como capellán. De acuerdo al rito, en un momento dado procedió a inclinarse ante Quinteros y le echó el humo fragante del incienso.

Mientras lo hacía, don Zenón J. Santillán, que estaba al lado del gobernador, dijo bajito a Colombres: “Che Sixto, echale incienso a Quinteros después que hiciste lo mismo con Juan Posse”. La respuesta fue un estallido. Narra Ávila que “el capellán perdió toda noción de lugar, de prudencia: lleno de ira y rápidamente, bajó el incensario y clavándole los ojos a Santillán, con el cual se tuteaban, por ser buenos y viejos amigos de la infancia, le largó lo siguiente: “¡Andáte a la recontra que te parió, tonto del carajo!”.

Y bien, sucedió que este cura tan tucumano, tan simpático y tan dicharachero, fue entrevistado –ya setentón- por los periodistas de “El Orden”. El reportaje se publicó en la edición del 31 de diciembre de 1920.

“Broma de viejo”

La conversación sobrevoló los recuerdos que el sacerdote guardaba de la vieja política y de sus protagonistas. Pero de pronto, Colombres lanzó una pregunta imprevista: “En las visitas que han hecho a la Casa Histórica, ¿qué recuerdan haber visto?”.

Sorprendidos por el súbito cambio de tema, los periodistas se pusieron a enumerar el ajuar de la Casa: las placas y plaquetas de los homenajes, los retratos de los congresales, el sillón del presidente Francisco Narciso de Laprida. Al oír esta última mención, Colombres soltó “una risita burlona”. Le preguntaron la causa. “Por lo del sillón donde se sentó Laprida”, dijo. Y afirmó: “es una mentira. Se trata de una broma de viejos”. De inmediato pasó a explicar su postura, pidiendo que “hagan públicas mis declaraciones”, porque es necesario que “se conozca la verdad de los hechos”.

Narró Colombres que, al demolerse la vieja iglesia de la Merced, su párroco, el padre Luis B. Alfaro, “regaló a mi tío Javier Colombres, en ese entonces notario de la Curia, dos sillones que se encontraban allí desde hacía muchísimos años, pertenecientes a la Real (sic) Orden de la Mercedarios”. Los sillones fueron llevados a la casa y quinta donde vivía don Javier. Era la que perteneció a su tío, congresal de 1816, el obispo prócer José Eusebio Colombres, ubicada en el actual parque 9 de Julio.

Otro regalo

En sus frecuentes visitas al tío Javier, el cura Sixto siempre veía los sillones, que le gustaban mucho. Tanto, que pidió y logró que le regalase uno. Se lo llevó entonces a su vieja casa de la calle 24 de Septiembre. Allí, lo colocó en el corredor. Por esos años (“los más felices de mi vida”, decía) el cura se reunía a diario con amigos, en la botica de Ricardo Ibazeta. “Por las noches hacíamos allí tertulia”, contaba. Solían concurrir José María Mariño, Rudecindo López, Julio Colombres y los médicos Santos López, Benjamín Aráoz y Carlos Vera, “entre otros que no recuerdo ahora”.

Cierto día, hace “dieciocho años más o menos”, el boticario Ibazeta fue a la casa de don Sixto. Cuando divisó el viejo sillón, pidió al cura que se lo obsequiara. Colombres accedió, pero le preguntó para qué lo quería. Ibazeta contestó que “era un secreto”, e hizo llevar el mueble a su casa por un amanuense.

Sillón flamante

Siguieron después las tertulias en la botica. Una noche, el cura Sixto y el doctor Santos López llegaron antes que todos. Ibazeta, “adoptando una actitud ceremoniosa”, les dijo: “ya está todo concluido” y los hizo pasar al interior de la farmacia. Mostró con orgullo el sillón. La madera estaba restaurada a nuevo. Se había retapizado el asiento, y les contó que, en el viejo, había un sello de tiempos de Carlos V.

Colombres y López le preguntaron qué haría ahora con el mueble. Ibazeta respondió: “ya verán lo que pienso hacer”, y lanzó dos preguntas. “¿Es o no cierto que la familia de don Bernabé Aráoz ha regalado al Gobierno una mesa, que ellos dicen fue donde se firmó el Acta de la Independencia?”, y “¿A ustedes les consta que verdaderamente fue en esa mesa donde se firmó?”.

Luego, “en tono solemne”, manifestó: “como la mesa de los Aráoz es donde se firmó la Independencia argentina, este sillón es donde se sentó el presidente Laprida”, y “como tal he resuelto donarlo al Gobierno”. Los contertulios se rieron. Pensaron que se trataba de una broma y pasaron a comentar otros temas.

La donación

Pero, seguía el cura Sixto, la cosa no quedó allí. “Dicho y hecho. Ibazeta, al otro día, mandó el sillón al Gobierno, y desde entonces ha quedado en la Casa Histórica como el auténtico donde se sentó Laprida”. Los periodistas cerraron su reportaje llenos de sorpresa por la revelación. Uno de ellos inquirió a Colombres la razón por la cual había tardado tanto en difundir su verdad.

“No, mi amigo –dijo el cura- no crea que es usted el primero a quien narro estos hechos. A muchísimas personas conté la historia, pero nadie se tomó el interés de hacerla pública”. Agregó que, en su época de vicerrector del Colegio Nacional, se la contó al inspector Pascual Guaglianone. Este “se interesó por el asunto y me prometió una visita para tomar apuntes y hacer una publicación sobre el particular. Pero tuvo que ausentarse de Tucumán y no lo volví a ver”.

El reportaje se publicó a página entera en “El Orden”. Se titulaba “Rectificando una tradición histórica. Revelaciones del presbítero Sixto Colombres” y lo ilustraba una gran foto del polémico sillón.

El “Catálogo General” de la Casa Histórica, publicado en libro en 1990, lo describe como: “Silla de brazos. Madera tallada. Patas de cabra. Asiento tapizado en pana. Estilo Don Juan. Siglo XVIII”. Las medidas que proporciona son 1.30 x 0.70 x 0.62. En cuanto a la procedencia, expresa: “Donante: Presbítero Sixto Colombres, según datos”.