Un juicio de Rougés sobre la acción de 1812.
En el espíritu del filósofo Alberto Rougés (1880-1945), tenían mucha importancia el pasado y las glorias de su provincia natal. Esto se revelaba hasta en su correspondencia personal. En carta del 26 de setiembre de 1942 a Buenos Aires, a Ernesto Padilla, le narraba la procesión de la Virgen de la Merced del día 24. “Como siempre, la casa estuvo llena de nuestra tribu y llovió flores sobre la santa imagen de la ‘patrona menos principal’ de Tucumán, como la proclamó nuestro Cabildo el año 13 o el 14, a raíz de la batalla”, escribía.
“Cada vez me parece más importante esa batalla para nuestra historia. Dio a los criollos el valor que necesitaban para continuar la magna empresa. Salimos de allí engrandecidos ante nosotros mismos y dispuestos a jugarlo todo por la patria. Tal debió haber sido la impresión del momento. Por eso, el año 14, se rindió a Tucumán el homenaje de hacerla provincia, y el 16 el de reunir en ella el Congreso de la Independencia. Tucumán correspondió a los honores con sacrificios de dinero y de sangre, como puede verse en nuestras tan interesantes actas capitulares”.
Agregaba que “llena de huéspedes distinguidos de todo el país, Tucumán arregló su Cabildo, su Iglesia, se esmeró en el barrido de sus calles, celebró la ‘Independencia de América’ el 9 de julio con luminarias durante siete días y regocijos públicos. No podía ser para menos; estaba en ese momento envuelta por la bandera de la patria. El Ejército del Norte recibió nuestras contribuciones, el egoísmo humano parecía haber desaparecido. Debió haber quedado latente aquí una gran sed de abnegación patriótica, de sacrificio heroico, a la que dio una expresión aquel joven poeta-político que fue Marco Avellaneda”…