Necesidad de un cierto control de la tierra.
El célebre arquitecto Eduardo Sacriste (1905-1999), que pasó la mayor parte de su vida trabajando y enseñando en Tucumán, publicó en LA GACETA del 25 de mayo de 1980 una carta con apreciaciones y profecías. Decía que “como la ciudad crece y se renueva constantemente, en el año 2000 Tucumán será algo diferente. No basta un nuevo código de edificación para hacer de ella una ciudad digna, construida en función de salud de sus habitantes –el 99 por ciento de lo edificado en la ciudad es vivienda- y no como se lo hizo, hasta hace poco, en función de la especulación”
Deploraba que, en enormes edificios, se resolvió el problema de ventilar e iluminar “en base a mezquinos patios, que especulan con la luz y aire de los vecinos; sí éstos llegan a edificar, esos patios se convertirán, automáticamente, en pozos oscuros. Las casas se convertirán en trogloditas, como son la mayoría de las de la orgullosa calle Santa Fe de Buenos Aires, construida en los años treinta”.
Afirmaba que “el crecimiento de una ciudad y su renovación necesitan, además de un buen código, planes, intenciones, voluntad de hacer, imaginación y -en cierta medida- un control de la tierra”. Siempre que se quiere hacer algo en nuestras ciudades, un edificio público, un monumento, etcétera, “como no se ha previsto el problema, como entre nosotros no se concibe comprar tierra, se acaba recurriendo a los terrenos existentes y, cosa común, a los espacios abiertos”. Pensaba que Tucumán, en el año 2000, “será como los tucumanos la imaginen”, y “por mi parte y a pesar mío, no soy un optimista”. Los argentinos, “carecemos de una cultura y una tradición urbanas, necesarias para encarrilar nuestra tarea y nuestra acción”. Y tenemos el mal hábito de “usar la tierra -en este país donde lo que sobra es ella- con avaricia, y con avaricia mal se podrá hacer una hermosa ciudad”.