Un recurso del tucumano Aráoz de La Madrid.
Las memorias del guerrero tucumano Gregorio Aráoz de La Madrid son fuente inagotable de pintorescas anécdotas. Una de ellas se sitúa en 1840, en los tiempos de la Liga del Norte contra Rosas, cuando La Madrid era jefe del pomposamente denominado Segundo Ejército Libertador.
Estaba acampado en el Portezuelo cuando, narra, “ya cerrada la noche, al entrar al campo y observar el profundo silencio que reinaba entre los soldados riojanos”, se conmovió “al ver su semblante macilento, al lado de los fogones, en un profundo silencio, y sin haber comido desde hacía dos días”. Uno de ellos, al pasar La Madrid junto a un fogón, lo reconoció, y gritó: “¡Hambre tengo!”. Este grito “se propagó simultáneamente por todos los fogones y comenzó a repetirse”.
La Madrid apresuró su marcha y, “al pasar por entre los cívicos tucumanos, que estaban inmediato a mi campo y eran los que me daban la guardia, alternando con los infantes riojanos, llamé a los cantores de vidalitas a mi tienda, con sus guitarras”. Uno de los soldados que lo acompañaba, “traía en las ancas un hermoso par de chifles de aguardiente”, y “unas alforjas grandes con dos quesos y algunos panes mal hechos”. La Madrid desmontó y, cuando llegaron los cantores, pidió los chifles y las alforjas, los puso a su lado y les dictó unos versos.
Decían: “Constancia, bravos riojanos,/ que aunque no haya que comer,/ prometen los tucumanos/ morir todos o vencer”. El coro de la vidalita era: “Siga la guerra,/ truene el cañón,/ pronto tendremos/ Constitución”. Ni bien oyeron esta cuarteta los infantes riojanos, cuenta el general, “corrieron a contestarla, manifestando a los tucumanos su decisión y que nada sería capaz de hacerles desistir de su empeño, por la libertad y Constitución del país”. Luego, La Madrid repartió entre la tropa el contenido de los chifles y las alforjas.