Vívido testimonio de Benjamín Villafañe.
Un entusiasta testimonio sobre el célebre tucumano Crisóstomo Álvarez ofreció su comprovinciano Benjamín Villafañe, en “Reminiscencias históricas de un patriota” (1890). Lo conocía de cerca y lo había visto luchar. Se había hecho famoso en Buenos Aires a los 25 años, primero peleando contra los indios y luego derrotando, con fuerzas muy inferiores, a los que secundaron la conspiración de Maza de 1839.
Por esta proeza, Juan Manuel de Rosas había hecho pintar su retrato, que se colocó en la puerta del local de la Policía. En esa efigie, Álvarez aparecía montando “un caballo oscuro, y sobre el fondo claro se destacaba la figura del héroe en exhibición. Su cabeza desnuda iba ceñida de un pañuelo de seda punzó a la manera de vincha. Llevaba camiseta de paño, los brazos desnudos, y una lanza especial en su mano derecha en actitud de herir”.
Tal como Villafañe lo vio entonces, lo vería más tarde, “no ya al servicio de Rosas, sino de la libertad contra las hordas del tirano”. A la hora de luchar, se transfiguraba. “Parecía rodeado de cierta atmósfera de prestigio sobrenatural que fascinaba a los suyos, les comunicaba su alma, a tal punto que el más tímido sentíase invencible a su lado. Nunca tenía en cuenta el número de sus enemigos. Se colocaba al frente, en uno de sus extremos o flancos, y cuatro o cinco pasos delante de los que le seguían, daba sus cargas”.
Entonces, “se le oía un alarido que recordaba el de los indios de la pampa, alarido que repetían los suyos y que se prolongaba haciendo salvaje y espantosa armonía con el retumbamiento del suelo bajo el casco de sus caballos”. Dice Villafañe que el ascendiente de Álvarez “no se ceñía al recinto o cuerpo que mandaba; se extendía sobre todo el ejército y, a su ejemplo, cada cual se sentía al abrigo del peligro y de la muerte en fuerza de desdeñarlos”.