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FRAY ANGEL MARIA BOISDRON. Aparece al extremo izquierdo, en sus últimos años. A su lado están fray Gonzalo Costa y monseñor Abraham Aráoz.

El destacado dominico visto por un testigo.


En LA GACETA del 30 de noviembre de 1924, el profesor José R. Fierro publicó una semblanza de Fray Ángel María Boisdron, a quien mucho había tratado. Describía minuciosamente el físico del destacado dominico, que actuó tantos años en Tucumán. Lo pintaba como hombre “de regular estatura, cuerpo proporcionado, más bien grueso, de rostro varonil, frente amplia hasta la calvicie con su invariable cerquillo lacio y ya canoso, ojos azules de mirada abstraída hacia arriba, sin anteojos, pues los empleaba solamente para los actos intelectuales; nariz ligeramente levantada, blanca la tez y los labios finos y expresivos, ocultando una robusta dentadura que hermoseaba su sonreír”.

Añadía que Boisdron “era moderado en sus acciones, elegante en el andar, correcto en su postura y en su indumentaria siempre limpia. Su natural gallardía y lo breve de sus coloquios, daban a su presencia una aureola de respeto, nimbo de su personalidad. Su acentuada pronunciación francesa obligaba la atención, y cada vez que se conversaba con él, se aprendía algo nuevo, porque hacía pensar y daba ocasión para aclarar conceptos y robustecer el juicio. Era admirable su fácil clarividencia. Oportuno para los deberes sociales, daba lucimiento a las reuniones y era un lujo citar su nombre”.

Afirmaba Fierro que “hasta los magistrados buscaban su consejo en casos de difícil solución: uno de ellos me lo hizo notar con gratitud. Estudiando de continuo, ya leyendo, ya escribiendo, su celda fue taller de incesante laboriosidad y su vasta labor fecunda ha dado luz a la comunidad y ha sido notoriamente benéfica, principalmente para Tucumán”. Nada consiguió “empañar su reconocida virtud, ni conmover su pedestal de honradez y sabiduría”, expresaba.