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TUMBA EN LA RECOLETA. Un busto en mármol del coronel José Segundo Roca en sus últimos años, corona el mausoleo familiar. Allí reposa también su ilustre hijo.

José Segundo Roca, soldado desde adolescente, partió a pelear al Paraguay a los 66 años. Luchaban allí cinco de sus hijos. La muerte súbita lo libró de ver morir a dos. Y tampoco podría ver a Julio como general y como presidente.


La estatura prócer del general Julio Argentino Roca, con su dos presidencias de la República, ha hecho pasar a segundo plano la figura patricia de su progenitor, el coronel José Segundo Roca. Merece sin duda un recuerdo este corajudo soldado tucumano, que guerreó a órdenes de generales como José de San Martín, José María Paz, Juan Antonio Álvarez de Arenales o Carlos de Alvear, entre los argentinos, y de Simón Bolívar y Antonio José de Sucre, entre los americanos.

Como se sabe, la saga de la familia Roca empieza en Tucumán. Aquí se afincó, a fines del siglo XVIII, el fundador del apellido, un militar catalán llamado Pedro Roca, y se casó con una tucumana de vieja raíz, doña María Antonia Tejerina. Entre los hijos del matrimonio, la historia guarda el rastro de tres varones.

Uno, llamado Pedro como el progenitor, peleó en el Ejército del Norte a órdenes de Manuel Belgrano, en las victorias de Tucumán y de Salta, y en las catástrofes de Vilcapugio y Ayohuma. Después, en las guerras civiles, se alineó en la Liga del Interior y participó en la acción de La Tablada. Tenía grado de coronel cuando murió en Paraná, en 1861.

Hermano de éste era Francisco Roca, de quien poco se sabe. En 1813 se incorporó al Ejército del Norte, y luchó bajo el comando de Gregorio Aráoz de La Madrid en diversas acciones del alto Perú, entre ellas la campaña de Tarija.

Oficial de San Martín

El tercer hermano fue nuestro José Segundo Roca. Nació también en Tucumán, en 1800, y era adolescente cuando entró a la milicia de la ciudad. En 1817 ingresó al Ejército de los Andes como subteniente y se embarcó rumbo al Perú en 1820, en la campaña libertadora de San Martín.

La campaña de la Sierra, las batallas de Jauja y Pasco y la victoria de Pichincha, le valieron sus primeras condecoraciones. Estuvo en la expedición de Puertos Intermedios, en la acción de Zepita y la gloriosa batalla de Junín, y recibió medallas por su conducta. Una seria enfermedad le impidió pelear en Ayacucho.

Volvería al país en 1826, para participar inmediatamente en la Guerra con el Brasil. Estuvo en las batallas más importantes, como Ombú, Comacuá y en la victoria de Ituzaingó.

Lo envolvieron después las guerras civiles. Cabalgó en las campañas unitarias de la Liga del Interior: luchó en La Ciudadela contra Facundo Quiroga, y tras la derrota emigró a Bolivia.

Junto a Javier López, intentó derrocar al gobernador federal Alejandro Heredia: fue batido y condenado a muerte, salvándose por gestión del joven Juan Bautista Alberdi.

Cañero en El Vizcacheral

Luego, dejó de ser unitario. Revistó en el Ejército de Operaciones de la Confederación Argentina, en la guerra con Bolivia y, después de la Batalla de Famaillá, quiso vivir unos años más tranquilos en Tucumán. Se acababa de casar con Agustina Paz -hermana de Marcos Paz, futuro gobernador y vicepresidente de la Nación- y empezaron a nacer sus hijos.

En El Vizcacheral trabajaba una plantación de “caña morada”, que molía en trapiches de palo para fabricar azúcar. No fue una empresa venturosa. Así lo muestra su presentación al Gobierno de la Provincia, en septiembre de 1847. Expresó allí que se veía “forzado a poner término a mis negocios en mi establecimiento de caña azúcar situado en mis terrenos del Vizcacheral, al Norte de esta Capital”, dado que “las eventualidades del tiempo han engañado mis esperanzas”. Pero al mismo tiempo, deseaba “satisfacer los créditos de aquellos hombres que me han hecho la gracia y favor de franquearme su dinero para poder trabajar y proporcionarme así, en lo venidero, el modo de vida para sostener mi numerosa familia”.

Oferta a los acreedores

Consideraba que “si evadiera yo este paso aparecería, ante ellos y el país, bajo el aspecto de un hombre de mala fe, por no haber llenado mis compromisos a su debido término”. Tales compromisos, explicaba, “están vencidos”, y quería darles término “ya de un modo, ya de otro”, puesto que “parece que la fortuna de frente se me opone, prodigándome desgracias por momentos”.

Entonces, adjuntaba dos listas. “Una, de acreedores con sus respectivos créditos, y otra de las existencias de mi citado establecimiento”. Esto “para que, en su virtud, reunidos mis acreedores conforme a Derecho, deliberen si les es posible concederme un término prudente de moratoria en que pueda pagarles, haciendo en cada cosecha el correspondiente dividendo a mis créditos”. Pedía que le dejasen “tan sólo lo necesario para sostener y hacer la cosecha en cada año, y evitar de este modo la necesaria y consiguiente pérdida que ellos, y yo precisamente, sufriríamos en la subasta, en caso contrario.”

El juez citó a los acreedores a audiencia, y el 2 de octubre ellos aceptaron por unanimidad la propuesta de Roca. Este -según los documentos que publicó el doctor Francisco E. Padilla en LA GACETA, en 1938- cumplió con exactitud los compromisos que contraía.

Muerto al llegar

Volvió a montar a caballo y a combatir después de la caída de Juan Manuel de Rosas, en las filas federales. Revistó en el ejército derrotado en la batalla de Los Laureles. Parecían haber terminado los combates para el coronel Roca, cuando estalló la Guerra del Paraguay. Entonces quiso regresar a la acción, a los 66 años. Partió al frente, donde se juntó con sus hijos, todos oficiales: Rudecindo, Celedonio, Marcos, Ataliva y Julio Argentino Roca. Iba conduciendo el contingente de Guardias Nacionales de Tucumán, y con ellos llegó, no sin dificultades, a Corrientes.

De pronto, en el campamento de Las Ensenaditas, lo atacó una grave enfermedad, contra la cual nada pudieron hacer los médicos del Ejército. El 8 de marzo de 1866, terminaban todas las guerras para el veterano coronel. Desde el campamento, Alejandro Díaz escribió: “El benemérito coronel Roca ha muerto hoy a las 11 de la mañana. Era un noble anciano sumamente simpático, un militar de la Independencia lleno de virtudes y de brillantes servicios a la Patria”.

Lo que no pudo ver

La muerte libró al coronel Roca de grandes dolores. No vio morir a dos de sus hijos en esa sangrienta Guerra del Paraguay. Porque poco después, en mayo de 1866, falleció Marcos, tras intervenir en varios combates, por una fiebre que lo devoró en Paso de la Patria. Y en 1868, perdió la vida otro hijo, el capitán Celedonio Roca, por las heridas que recibió en el ataque a Las Palmas.

Sobrevivieron a la contienda los restantes tres. Es sabido que Julio Argentino Roca estuvo en la toma de Uruguayana, en Paso de la Patria, en Estero Bellaco, en Tuyutí, en Yataití-Corá, en Boquerón y en Curupaytí. En cuanto a Rudecindo Roca, se batió en Estero Bellaco, en Tuyutí y en Curupaytí. Y Ataliva Roca peleó en Laguna Vera, en Angostura, en San Antonio, en Itá-Ibaté, en Lomas Valentinas y en la Toma de Asunción.

Obviamente, el coronel José Segundo tampoco vivió para asistir a la elevación de su hijo Julio Argentino Roca al generalato primero y a dos presidencias de la República después. Al iniciar su segundo mandato, en 1898, Roca comentó en carta a un amigo: “¡pobre mi viejo! ¡Cuánta alegría hubiera experimentado, no digo al verme presidente por segunda vez, en esta tierra donde es tan difícil mantenerse por mucho tiempo en la cureña, sino cuando fui general a los 31 años sobre el campo de batalla! Su alma de soldado se hubiera estremecido de satisfacción y de contento”.