En una semblanza de Paul Groussac.
En 1898, Paul Groussac sintetizó magistralmente la etapa de Amadeo Jacques en la Argentina. Nacido en 1813 y luego de un brillante y corajudo desempeño académico en Francia, debió exiliarse. “Lleno de tristeza y amargura buscó el destierro más lejano y eligió el Plata para su vida nueva. Desembarcado en Montevideo en 1852, procuró vanamente un empleo. Pasó a Entre Ríos y de allí a Santiago y Tucumán; se hizo agrimensor, fotógrafo, hasta panadero; realizó expediciones al desierto”, escribe Groussac.
“Conoció y amó, como todos los fuertes, la lucha con la naturaleza virgen y la vida libre; formó proyectos de colonización, cobró afecto a la tierra humilde donde a poco se casó. El pueblo quería al ‘bondadoso don Amadeo’ sin conocer al profesor Jacques. Pero los hombres inteligentes de la comarca -los Taboada, don José Posse, el gobernador Marcos Paz– le manifestaban alto aprecio”. Dirigió en Tucumán el Colegio San Miguel y, elegido Paz vicepresidente de la Nación, “su amistad no olvidó al proscripto, ni su patriotismo al sabio capaz de prestar servicios al país: fue nombrado rector del Colegio Nacional de Buenos Aires”.
Se adoptaron sus textos y programas, se imitaron sus principios y métodos y, como lo testimonia “Juvenilia” de Cané, ejercía “una autoridad paternal sobre la juventud porteña”. Era “de alta estatura, corpulento y sanguíneo”. El 12 de octubre de 1856 “fue al teatro y se retiró a su casa después del espectáculo”. Su hija Francisca lo halló muerto en la cama. “Tuvo el fin que, según Suetonio, César había deseado siempre: ‘repentinum inopinatumque’. Su entierro fue conmovedor; sus discípulos lloraban en la calle”. Por suscripción, le erigieron un monumento en la Recoleta, “modesto como sus gustos y sencillo como su vida”.