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LA OFICINA DEL HISTORIADOR. Carlos Páez de la Torre (h) en su escritorio en el segundo piso de LA GACETA.

GOBERNAR ES SANEAR (De la Veinticuatro – Tucumán). Vida y servicios de Alberto León de Soldati (1860-1921).


Carlos Páez de la Torre (h) abordó las biografías de ilustres tucumanos, como Alberdi, Avellaneda y Juan B. Terán, así como los que lo fueron por adopción recíproca, tal el caso de Paul Groussac. Sin olvidar a Gabriel Iturri, que pasó del Aconquija a París, de la íntima amistad de Robert de Montesquieu, retratado por Proust. En LA GACETA, se sucedieron historias y semblanzas que preservan la memoria de protagonistas del pasado tucumano y argentino. Páez de la Torre tenía pendiente una deuda, la biografía sobre Alberto León de Soldati, su abuelo materno, porque, según asienta en la Advertencia inicial, “no es lo más recomendable que un nieto escriba la vida del antepasado”. Venciendo escrúpulos, se decidió felizmente a no dejar perder el cúmulo de cartas oficiales y familiares, los testimonios contemporáneos y de los años de servicio a la provincia y a la Nación, la tradición recibida en el seno del hogar de una vida dedicada a la profesión médica y al servicio público. Nadie podía imaginar que esta biografía sería la última de sus obras. Ahora sabemos que fue una despedida a lo grande, un postrer y entrañable legado acorde a su personalidad y trayectoria. En un sustancioso “largo capítulo”, el autor comienza con el primer Soldati llegado a Tucumán. Su bisabuelo, médico e hijo de médico, del Ticino, la Suiza de lengua italiana, León Luis de Soldati, nacido en 1827 y llegado al Plata en un año trascendental, 1852. Revalidó en Buenos Aires su diploma, y tuvo que hacerlo en español, un doble esfuerzo ya que para ello tuvo que estudiar el idioma. Fue a Tucumán en “un viaje de recreo”, y allí afincó. La razón determinante fue su casamiento con Aurora Zavalía, hija de Don Salustiano, constituyente de 1853.

La peste

Llegamos pues a la biografía del protagonista, el Dr. Alberto León de Soldati, nacido el 25 de julio de 1860. Pasados los años, recordaba cuando el presidente Avellaneda, en 1876, al llegar a Tucumán con el primer ferrocarril, desde el balcón de casa ancestral de la calle Congreso la conmoción que significaba el retorno “a la tierra de sus amores”. Leyéndolo un siglo y medio después, como lo he hecho más de una vez, se comprende lo que significó para el joven de 16 años que estaba allí. Cuando llegó el momento de trasladarse a Buenos Aires para comenzar sus estudios de Medicina lo hizo acompañado de su padre, que luego desde la provincia, mantendrá un diálogo epistolar permanente, inquieto, sobre libros e investigaciones de lo que iba a ser la profesión común. Soldati, ya con su diploma, regresó a Tucumán. Le tocó entonces afrontar la peste. Un regimiento con destino al Chaco en 1886 dejó “el cólera entre nosotros”, por lo que junto con su padre estuvo entre quienes sostuvieron en el desigual combate de la peste que produjo la muerte de un tercio de la población. En 1891 ingresó a la política. El cursus honorum empezó en la Legislatura, que le tocó presidir, y culminó en 1913, contemporáneo con la elección según la Ley Sáenz Peña, de Ernesto E. Padilla como gobernador. Nunca dejó de lado la medicina, podríamos decir que él fue un médico sanitarista, como Salvador Mazza y Ramón Carrillo. En efecto, asumió una pasión por la salud pública que se resume en la frase de resonancias alberdianas: “Gobernar es sanear”, todo un programa que sigue interpelando hoy. Lo formuló en 1902 como diputado nacional, por un lado para que el armamentismo frente a un posible conflicto con Chile no dejara de lado la obligación de enfrentar la enfermedad como un “enemigo siempre actual”. Para ello no se limitaba a la población autóctona sino que hacía extensiva su preocupación por “transformar el extranjero en argentino” para lo que hacía necesario conservar la salud y prolongar la vida. Había que empezar con algo tan elemental como dotar de agua corriente a los centros urbanos, entre ellos su ciudad, ya que la contaminación producía estragos por el paludismo, paralelos con los de la tuberculosis. Fue así que se cubrieron zonas pantanosas, especialmente donde es hoy el Parque 9 de Julio, proyecto nacido cuando era ministro del progresista gobernador Lucas Córdoba, que es su imperecedero monumento. Siguió en la lucha incansable cuando asumió como senador en 1904. Los nueve años de su mandato también son ocupados con proyectos pioneros sobre el petróleo, la educación, la salud y un ferrocarril entre Catamarca y Santiago de Chile, que lamentablemente no se concretó. El 25 de enero de 1908 Figueroa Alcorta clausuró las sesiones extraordinarias del Congreso, y para impedir el acceso de los legisladores desplegó el cuerpo de bomberos. Soldati expresó su indignación en declaraciones personales y en un manifiesto junto con 16 de sus colegas, entre ellos Joaquín V. González, Manuel Láinez y Marcelino Ugarte. Todo esto y mucho más es lo que despliega Páez de la Torre, que abarca tanto la política nacional y la local, no menos complicada. Tras un largo noviazgo, próximo a terminar como senador, contrajo matrimonio en Tucumán con Angelina Posse Ceballos y fueron padres de cuatro hijos, la menor de las cuales, Angelina, fue la madre del autor.

Golpe

Hay un aspecto de su vida que muestra sus convicciones cristianas, explícitamente manifestadas, y su compromiso con los más desvalidos: la ayuda permanente que brindó a la obra caritativa de Mercedes Pacheco, venida del interior de la provincia cuando comenzó la epidemia de cólera y que fundó años más tarde la Congregación de Catequistas de Cristo Rey, a la que se dedicó hasta su deceso en 1943.

Para Soldati la muerte de su hijo del mismo nombre, al año y nueve meses de edad, en 1919, fue un golpe del que no se recuperó. El 3 de enero de 1921 en la caluorosa capital provincial, a la edad de 60 años, una falla cardíaca produjo su muerte. En la política, “el orden conservador”, en expresión de Natalio Botana, había terminado cuando Victorino de la Plaza, a quien Soldati en una ocasión negó el saludo, el 12 de octubre de 1916 entregó la banda presidencial a Hipólito Yrigoyen. En estos casos uno se pregunta si el protagonista de este libro hubiera encontrado la forma de servir al país y a Tucumán en los nuevos tiempos. Lo que sí sabemos es que hasta el final mantuvo su pasión por la salud pública, como resulta de la carta de respuesta a una consulta del gobernador Juan B. Bascary en el que en base al aforismo romano “primum vivere deinde philosophare” señala como lo primero para la vida de la población la higienización y saneamiento de las ciudades y centros urbanos de la República.

Síntesis final

Juan B. Terán, gran exponente de la Generación del Centenario, habló de Soldati como un apasionado por su ciencia, por el arte, por el bien público, de sus propias ideas. “Era un latino, un itálico, como él gustaba recordar a los demás y a sí mismo, glorioso del genio de su raza”. LA GACETA señaló que “puede decirse que fue uno de los muy pocos representantes de Tucumán que han vinculado su nombre a obras de positivo valor y beneficio”, un elogio al homenajeado sin ahorrar artillería para con otras figuras locales.

En este trabajo final sobre su abuelo y bisabuelo, Páez de la Torre no cae en la hagiografía sino que vuelca con maestría y calidez vidas y páginas de nuestra Historia, entre las que los protagonistas dialogan entre ellos y con personalidades de la talla del general Roca y Guillermo Rawson, por citar nada más que a dos. Si había un deuda del nieto historiador, periodista, académico, ha sido saldada en forma que, llorando su reciente fallecimiento, podemos decir que está volcada una suerte de síntesis final y coral de su eximia trayectoria. Agregamos que es una cuidada edición que trae una serie de ilustraciones coherente con otra de las pasiones del autor, la fotografía.

© LA GACETA / NORBERTO PADILLA