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FOTO DE FOTO. Fotografía del daguerrotipo, donde se corrigió la inversión de la figura y se la encerró en un óvalo. Es el aspecto auténtico de Colombres.

Un daguerrotipo del doctor José Eusebio Colombres, tucumano que representó a Catamarca en 1816


Como lo determina la humana condición, empezaron a pasar los años y los congresales de Tucumán fueron puntualmente muriendo. Al año siguiente de la Declaración de la Independencia, murió Darragueyra, y en 1818 murió Boedo. En la década de 1820, pasaron a mejor vida, sucesivamente, Cabrera, Gascón, Rodríguez, Acevedo, Sáenz, Laprida; y acaso también Pacheco de Melo, aunque nunca se supo la fecha exacta.

Durante los años 1830, fueron bajando a la tumba Maza, Thames, Aráoz, Paso, Rivera, Gorriti, Oro y Uriarte, en ese orden. En los 1840, llegó la hora final para Salguero, Medrano, Sánchez de Loria, Anchorena, Castro Barros y Malavia. Y en los años 1850, les tocó a Sánchez de Bustamante, Pérez Bulnes, Serrano, Godoy Cruz, Gallo.

A fines de ese decenio, solamente quedaba vivo uno de los firmantes de la famosa acta de 1816: el presbítero doctor José Eusebio Colombres, con todo el prestigio que le otorgaban su carrera de hombre público y de prelado, y su condición de fundador de la industria azucarera. Falleció el 11 de febrero de 1859 en su casa de la hoy calle 24 de Setiembre 565, donde funciona el Museo Folklórico Provincial. Tenía 81 años.

Un rostro auténtico

Fue el único congresal de la Independencia cuyas facciones se registraron en una fotografía: el daguerrotipo que conserva el Museo Histórico Nacional. Podemos así conocer su verdadero rostro, con las salvedades que haremos. No ocurre lo mismo con los demás miembros del célebre Congreso. De ellos, sólo se cuenta con retratos ejecutados después de sus muertes, que muestran facciones muchas veces “inventadas” por los pintores o los dibujantes.

Es bastante comprensible. Resultaba necesario contar con esos rostros para que colgaran de las paredes de la Casa Histórica, o para hacer más atractivos los libros escolares de historia, cuando empezaron a editarse con ilustraciones. Los rasgos auténticos del doctor Colombres, en cambio, quedaron estampados en el daguerrotipo.

El daguerrotipo

Como se sabe, se denominaba “daguerrotipos” a las primeras fotografías, tomadas por un proceso que inventó Louis Jacques Daguerre (1789-1851), y que se lanzó en París, con espectacular éxito, en 1839. Una placa de plata o de cobre plateado y pulido, tratada con vapores de yodo, al reaccionar con la plata, formaba yoduro de plata, quedando así sensibilizada.

Se la colocaba en el interior de una cámara que enfocaba al retratado durante una cantidad equis de tiempo. Luego, se revelaba: vapores de mercurio calentados con un mechero durante dos o tres minutos, hacían que apareciera la imagen sobre la placa. El daguerrotipo quedaba listo después de lavarlo con una solución de hiposulfito y con agua caliente salada. Tal, la síntesis que hacen los estudiosos Becquer Casaballe y Cuarterolo.

Los viajes

El daguerrotipo del doctor Colombres se tomó, casi con toda seguridad, en Tucumán. El anciano obispo ya no tenía edad para viajar a Buenos Aires, ciudad que nunca conoció, donde la fotografía existía desde 1843. Sus desplazamientos fueron, de adolescente, a Córdoba, para estudiar, ordenarse sacerdote y doctor. Después, circuló entre Catamarca y Tucumán, en sus tiempos de cura de Piedra Blanca y congresal de la Independencia. Más tarde, tras caer la Liga del Norte, vinieron cuatro años de exilio en el pueblito boliviano de Libi Libi. Finalmente, se movería entre Tucumán, Catamarca y Salta, cuando fue nombrado visitador y luego Vicario Apostólico de esta última jurisdicción. Moriría antes de que llegaran a sus manos las bulas que lo consagraban obispo.

La foto en Tucumán

Si la imagen del obispo es de Tucumán, como creemos, eso nos lleva al tema de cuándo llegó la fotografía –en su primera versión del daguerrotipo- a esta ciudad. Sabido es que el fechado de imágenes es bastante impreciso, por lo general. Si damos por buenas las fechas del catálogo de la “Exposición de Daguerrotipos y Fotografías en Vidrio” (Buenos Aires, 1944) parecería que en 1852 ya se fotografiaba en Tucumán. La data de los cuatro daguerrotipos de tucumanos expuestos en esa muestra, era 1852 y 1856. También se exhibía el de Colombres, pero sin fecha.

Cuando, años atrás, nos detuvimos en el tema, las constancias periodísticas que encontramos no iban más atrás de 1858. Pero el aviso que publicaba ese año una “Sociedad Heliográfica”, decía que sus imágenes “no presentan el desagradable reflejo propio del daguerrotipo”. Esto parece indicar que el público ya sabía de qué se hablaba, lo que otorgaría verosimilitud a aquellos fechados del 52 y el 56.

En 1858, además de la publicidad de la “Sociedad Heliográfica” un tal Claudio Aumada se ofrecía como experto en varios oficios, entre ellos el de “retratista al daguerrotipo”. Consta que recién en 1859, en Salta, tomaba daguerrotipos el francés Alfredo Cosson, quien poco después se instaló en Tucumán con Amadeo Jacques: juntos, además de fotógrafos, harían de panaderos.

La figura invertida

Ahora bien, no sabemos quién retrató al doctor Colombres. En el daguerrotipo -de 13 por 9,9 centímetros- del Museo Histórico Nacional (que lo fecha como tomado entre 1853 y 1859), el congresal de 1816 aparece ya muy anciano. Tiene rostro demacrado, la ancha boca hundida por falta de dentadura y una respetable nariz. Toda la vivacidad se mantiene en los ojos claros y alertas que miran a la cámara. Sobre la sotana lleva una capa, cuyos cordones con borlas aferra con una mano, mientras la otra sostiene el bastón.

En los daguerrotipos, la figura se estampaba invertida (es decir, lo que estaba a la derecha aparecía a la izquierda, y lo de la izquierda a la derecha). Por eso, en realidad, el exacto aspecto de Colombres se aprecia en otra foto, que alguien tomó posteriormente al daguerrotipo y la imprimió corrigiendo la inversión de aquél. Allí aparece la verdadera cara del obispo (que la inversión hacía diferente) y las manos como las tenía cuando posó: la derecha en el bastón y la izquierda en los cordones. Es una lástima lo borroso de ese ejemplar, que aquí publicamos.

Tres óleos

Sabemos de tres retratos al óleo del doctor Colombres, por lo menos. En el que cuelga en el Salón de la Jura, obra de Augusto Ballerini, el parecido se perjudica con la mandíbula demasiado larga y la boca rejuvenecida. Existe un óleo, muy posterior, de Ángel Dato, que lo representa de cuerpo entero, sentado en una silla junto al balcón de su quinta de El Bajo: a nuestro juicio, carece de valor iconográfico por la falta absoluta de parecido.

La más conocida –y justamente afamada- pintura, fue obra del artista tucumano Ignacio Baz. Sin duda el obispo no posó para ese excelente óleo, ejecutado poco después de su muerte. La más superficial mirada muestra que se trata de una cabal copia del daguerrotipo, con la única omisión de la mano que agarraba el bastón, y el agregado de un puño de encaje en la otra.

Rodolfo Trostiné –quien evidentemente no conoció el daguerrotipo- en su libro sobre Baz, hace un cálido elogio del retrato.

El cuadro de Baz

Piensa el estudioso Trostiné, erradamente, que Baz ejecutó esa pintura en vida de Colombres y con el modelo al frente, cuando sus contemporáneos lo miraban como “un viviente testimonio de la Patria vieja”, una auténtica “gloria nacional”. Consideraba que “hay gran nobleza en esa expresión, en ese gesto del anciano de mirar firme, sereno”. Y añade que “todavía contribuye a la fuerza de la obra esa sola mano que se ve en primer plano con toda pujanza, con toda energía, demostrando que todavía hay voluntad para la lucha”.

Al realizar esa copia de foto, Baz no tomé en cuenta la inversión del daguerrotipo, así que no la corrigió. Tampoco la corrigió el relieve de Finocchiaro, en la gran placa de mármol existente en el atrio de la Catedral, de 1916, donde evidentemente el rostro se tomó del daguerrotipo o del óleo de Baz .

De manera que en síntesis, el verdadero aspecto del doctor José Eusebio Colombres solo consta en la borrosa reproducción (foto de foto) del daguerrotipo, que acertadamente enmendó la inversión de la figura.