Georges Clemenceau relata un baile de 1910.
Corría el año 1910 cuando el célebre político francés Georges Clemenceau (1841-1929) visitó Tucumán. Permaneció entre nosotros, muy agasajado, durante unos cuantos días. Estamparía luego su testimonio en el libro “Notas de viaje a la América del Sud”. Entre los programas que se le organizaron estuvo la visita a los ingenios azucareros Lules y Santa Ana, propiedades ambas de su compatriota Clodomiro Hileret.
Narra Clemenceau que, en Lules, encontró “una hermosa selva más salvaje que la de Santa Ana, con la maravilla de grandes árboles floridos en ramos unas veces blancos, otras de un violeta claro y otras rosas”. Con ocasión de la visita, hubo “danzas nacionales por la noche, en el jardín”. El francés las describe. “Los gestos convencionales de la danza son casi lo mismo que en todos los países, condenados como estamos a mover brazos y piernas de idéntica manera. El círculo de bailadores en descanso es lo que hay allí más notable”.
Agrega que “en nuestras comarcas, toda esta juventud agrupada para el placer cambiaría palabras alegres no sin ostentación de exuberancia”. Pero “aquí, la gravedad del indígena no se presta a este juego. Mozos y mozas dejan caer a veces algunas palabras, en voz baja y en una actitud comedida. A la llamada del bailarín, la bailarina se levanta con el mismo movimiento que si fuera a arreglar su casa, y lleva a cabo todos los ritos de la gimnasia rítmica sin un acento de alegría en la cara, para la que es extraño el brillo de la risa”.
Termina su crónica apuntando que “no es que esto sea por falta de diversión, puesto que todos buscan ocasión de bailar, y que el baile se prolongue indefinidamente. Véase simplemente, en esto, una concepción de la dignidad y una manera de ser que no está de acuerdo con la nuestra”.