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Groussac redactó su “Echeverría”, en 1882.


El 15 de octubre de 1882, Paul Groussac -quien residía en Tucumán desde 1971- puso término, en la Quebrada de Lules, a su estudio sobre Esteban Echeverría, dedicado a Pedro Goyena y hasta hoy sólo publicado en parte.

Empezaba aclarando que lo había escrito durante una convalecencia y que, a falta de novelas, leyó a Echeverría “durante esas horas del mediodía tropical en que todo paseo es imposible”. El fruto fueron páginas que iban más allá del autor de “la cautiva”, para tocar “algunas cuestiones filosóficas que atañen al pensamiento americano”.

En los párrafos finales apuntaba que, si en las ciencias “de observación” se toma en cuenta, para el margen de error, la “ecuación personal” del observador, “en crítica también existe esta causa personal de error”. Pero en “el caso actual, las circunstancias en que me hallaba acrecentaban las probabilidades desfavorables. La eterna poesía me rodeaba: encontrábame en primavera, en uno de los más bellos sitios del mundo, al lado de mi corta familia alegre y joven … Nunca tuve ocasión mayor para ser poeta ¡y he escrito un libro de crítica!”

Era inevitable que “la musa de Echeverría, elegante y mundana, algo ajada, tenía que desmerecer en este cuadro familiar, ante el horizonte sublime, bajo ese sol deslumbrante y despiadado que hace resaltar la menor arruga, el más ligero afeite, las canas que se disimulan tan bien en la penumbra del salón. Esa musa es algo parecida a una actriz: hay que verla en escena para que aparezca en su belleza”. Terminaba. “Por todas estas razones, no creo irreprochable mi crítica. Pero si de su fondo se desprende para la juventud una incitación al estudio concienzudo y la seriedad en el trabajo, no habré perdido mi tiempo”.