No celebró sesión el Soberano Congreso el 30 de noviembre de 1816. Como lo cronicamos ayer, el día anterior, 29, …
No celebró sesión el Soberano Congreso el 30 de noviembre de 1816. Como lo cronicamos ayer, el día anterior, 29, luego de la sesión pública tuvo lugar una secreta, despejando la barra. Según el acta respectiva, el motivo era “la necesidad de corregir algunas duplicaciones de las que no se había hecho reparo en la copia original del Reglamento, por la premura del tiempo y la urgencia de mandarlo en el correo”.
Para suplir el defecto, se acordó que el presidente y el secretario “dispongan si ha de sacarse nueva copia del Reglamento, o si, en oficio al Supremo Director, se le mandará un apunte expresivo de las correcciones, dirigiendo uno u otro por (correo) extraordinario para que alcance, en oportunidad, al que lleva el correo”. Y para que “sirva a la publicación en la prensa, con las modificaciones y correcciones designadas”. Con esto terminó la sesión secreta.
El editorial de “El Redactor”, esperaba que el flamante Reglamento “fije la conducta de las autoridades, ponga freno a la arbitrariedad y despotismo y destruya las maquinaciones de los que deben prestarles obediencia y respeto”. Añadía que nunca podría alabarse el Congreso de haber confeccionado “una obra acabada y perfecta en su línea”. Esto porque se trata de “un reglamento provisorio, cuyas adiciones y reformas se ha reservado; y que lo ha sancionado sin ellas, bajo el concepto de que es menos malo uno, tal cual fuere, que ninguno. La crítica del día, que hace alarde de entenderlo todo, descubrirá con su anteojo político en cada clausula un defecto, y se tomará la libertad de indicarlos con un desahogo de su celo por el orden. Vale que el publico sabe ya graduar el valor de esa moneda”. Entretanto, el Congreso reclama deferencia, “recordando a los pueblos la sabia sentencia de Marco Tulio: obedecemos a la ley para ser libres”.