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EL DOCTOR MÁXIMO CASTRO. Con su esposa, en Mar del Plata, pasea el eminente cirujano descripto por Aráoz Alfaro.

Según el gran médico tucumano Aráoz Alfaro


Puede apreciar -creemos- cualquier cirujano de hoy, los conceptos con que el eminente médico tucumano Gregorio Aráoz Alfaro (1870-1955) despidió a su admirado colega, el doctor Máximo Castro (1872-1924). Afirmó que tenía Castro “un juicio quirúrgico rápido y certero”. En el quirófano, bastaban “algunas observaciones en voz baja, una rápida consulta con el médico asistente, una ligera oleada de rubor en la ancha frente y, de inmediato, sin vacilación alguna, el cambio de conducta necesario, la nueva orientación, el expediente quirúrgico que imponían el hallazgo imprevisto, la modificación del diagnóstico, ante las vísceras palpitantes en el vientre abierto”.

Aráoz Alfaro ponderaba “lo que pasa por el espíritu del médico y del cirujano consciente de su responsabilidad suprema, en el momento en que, con los órganos a la vista, tiene que rectificar un diagnóstico que cambia la indicación operatoria, o se encuentra enfrente de dificultades inesperadas, o aun de anomalías singulares que obligan a variar -a veces radicalmente- la línea de conducta trazada de antemano”. Y “a variarla ya, sin perder un minuto, porque la sangre se va, el pulso se debilita, la anestesia se prolonga y a cada instante que pasa, las posibilidades de salvar al paciente disminuyen”.

Castro tenía “el espíritu alerta del que sabe cuán a menudo puede equivocarse y está siempre dispuesto a rectificarse”, lo que es una “virtud capital del médico, que suele faltar a muchos grandes”. Y tenía, además de la habilidad manual, “la aptitud intelectual para resolver la dificultad, para transformar en éxito lo que en otras manos habría sido el error y la muerte”.