Entre los miles de dibujos, pinturas y esculturas que reconstruyeron la jura de la Independencia, hay algunas que merecen comentarse.
El solemne momento del 9 de julio de 1816, ha sido representado hasta el cansancio en dibujos, pinturas y esculturas. Desde los libros escolares -y obviamente el “Billiken”- hasta esos trabajos de gran envergadura guardados en museos que nadie visita, artistas buenos y no tan buenos han rivalizado para representar a los congresales de Tucumán aclamando la Declaración de la Independencia.
Laboriosa tarea constituiría, para un investigador, confeccionar un inventario comentado de esas representaciones, que deben sumar varios miles. En las líneas que siguen, hemos elegido unas pocas, cuyo contenido nos parece interesante por algún motivo.
El documentado Stein
Las pinturas de aliento más viejas –y ejecutadas al empezar el siglo XX- sobre la Declaración de la Independencia, parecen ser las del español Pedro Blanqué (reproducida luego en los billetes colorados de 10 pesos lanzados en 1956), y la que realizó en 1903 el francés Henri Stein.
Llegó Stein a Buenos Aires a los 23 años, en 1866. Lo acompañaba su compatriota Emile Uttinger y pronto decidieron separar sus destinos. Uttinger se fue a Tucumán (donde fundó una familia), y Stein se quedó en Buenos Aires.
Formado en dibujo en el Politécnico de Saint-Denis, encontró trabajo de caricaturista satírico en “El Mosquito”. Pronto, sus trabajos le depararon enorme prestigio. Terminaría convertido en el gran “historiador gráfico” de la política, entre las presidencias de Mitre y de Pellegrini. Falleció en 1919.
Unos años antes, en 1903, Stein quiso acometer un óleo que reconstruyera la jura de la Independencia. Quería lograr una obra documentada. Para eso escribió a Tucumán, al doctor Luis F. Aráoz, hombre cultivador del pasado, y le solicitó datos.
Diligencia de Aráoz
Aráoz se los proporcionó en abundancia. Usó las tradiciones de su familia y los recuerdos del anciano abogado tucumano Fernando S. de Zavalía. Intercambiaron sabrosas cartas que publicaría en 1967 el historiador Ricardo Caillet-Bois.
Al parecer, Stein envió un boceto, sobre el cual Aráoz iba haciendo correcciones, a la vez que marcaba errores del óleo de Blanqué para no reiterarlas.
Le explicaba, por ejemplo, la forma de las sillas y el asiento que tenían. Le advirtió que no había en el salón “arañas ni linternas”, porque las sesiones fueron diurnas. Le dijo que la mesa presidencial debió estar revestida de “damasco carmesí”, como era de uso en esos tiempos.
Describió físicamente al congresal Pedro Miguel Aráoz, quien “vestía de levita larga, medias con liga y hebillas de oro, así como en los zapatos”, aunque “seguramente en la sesión del Congreso estuvo vestido de sotana”. Con gran diligencia, Araóz hizo averiguaciones en los conventos de Santo Domingo y de San Francisco, que habían facilitado muebles en 1816.
Un día templado
Advirtió a Stein que no colocara capas de abrigo a los congresales, porque ese día fue “sin una nube y muy templado, primaveral”. Le dijo que debía representar a Laprida con la mano en el corazón, actitud que era “de verdad histórica”. Le indicó también detalles del salón y la disposición de las ventanas. Esto aparte de suministrarle numerosos otros datos de gran interés, como que la Independencia se juró a las dos de la tarde.
Finalmente, Stein ejecutó su cuadro. Tiene como novedoso que se ven varias sillas, cosa que no ocurre en otras pinturas. En suma, los datos de Aráoz fueron completos y minuciosos. Lo que no sabemos es si quedó contento con la pintura de Stein.
El templete
Es conocido que, a comienzos del siglo XX, el estado de destrucción de la Casa de la Independencia movió al Gobierno de la Nación a encarar allí una obra sustancial. Procedió a demoler íntegramente el inmueble –cuyo frente ya se había modificado en 1875- dejando en pie sólo el Salón de la Jura. Se dotó a esta habitación de un techo a dos aguas, y quedó encerrada al centro de un lujoso pabellón con grandes ventanales, al cual se accedía trasponiendo unas rejas y un amplio patio. La decoración de este último, donde se plantaron palmeras, se confió a la escultora tucumana Lola Mora. El encargo consistía en confeccionar una estatua de mármol que representara “La Independencia”, y dos grandes bajorrelieves de bronce, que se emplazarían en las paredes de ese espacio de entrada.
Al final, el Gobierno decidió que la estatua se colocaría al centro de la plaza Independencia (es la que conocemos como “La Libertad”), manteniendo para los relieves la ubicación original. Uno de ellos representaba el 25 de mayo de 1810 y el otro el 9 de julio de 1816.
Inclusión de Roca
Se fundieron en Roma y llegaron parcelados en módulos, que los operarios de Lola Mora unieron y fijaron a los muros. Hoy se los puede apreciar y admirar en el patio trasero anexado al inmueble, que da a la calle 9 de Julio.
Años atrás, con Celia Terán, escribimos una biografía de Lola Mora. Allí, destacamos el ímpetu y la concepción artística, tan fogosa como segura, que desplegó la escultora en ambos relieves. La curiosidad del referido al 9 de julio, es que la escultora se tomó la libertad de colocar, entre los congresales, la inconfundible figura de su protector y mecenas, el presidente Julio Argentino Roca. Este aparece, así, jurando una Independencia que se declaró 27 años antes de su nacimiento.
Apuntamos, con Terán, que “el anacronismo (que fue duramente criticado y animó numerosos comentarios) encaja perfectamente con la tradición artística occidental. Es sabido que se utilizó con frecuencia este artilugio, a fin de honrar a las personas que, de alguna manera, encomendaban o auspiciaban una obra de arte. Son famosas las libertades de este tipo que se tomaron los artistas, a fin de incorporar a su creación (y de ese modo a la “historia”) a los mecenas que los solventaban”.
Desde la puerta
En algún momento de la década de 1920, Léonie Matthis, artista francesa radicada en la Argentina y especializada en la reconstrucción histórica, pintó una curiosa representación de la jura de 1816. Su cuadro no había sido reproducido en libro, lo que lo convertía en desconocido. En 1977, el coleccionista Miguel Alfredo Nougués lo donó –con muchos otros valiosos objetos antiguos- al Museo Histórico Provincial “Nicolás Avellaneda”.
En su pintura, Léonie Matthis representó el 9 de julio de una manera totalmente distinta. La gran protagonista de la escena es la puerta de entrada al salón, trabajada con todo detalle, incluido el embaldosado de piedra del zaguán. Del recinto, se divisa sólo una mitad. Los congresales aparecen vistos de lejos, como una mancha de levitas y sotanas, manos en alto.
Sólo se ve una esquina de la mesa de la presidencia, sin ocupantes. La pintura revela, fuera de duda, un pincel inspirado, que buscó y logró una representación diferente, sin que le faltase el clima de la famosa declaración.
La más publicada
Pero la más difundida y publicada, hasta hoy, de las ilustraciones sobre la Jura, data de 1941. El diario ”La Prensa” llamó a un concurso para la portada de su edición del 9 de julio de ese año. Resultó premiada la acuarela de Antonio González Moreno (1896-1968), y se publicó a toda página y en colores. Un esquema que iba adjunto servía para identificar a los retratados, que no eran todos.
Las figuras más notorias, de frente y al centro, son el presidente Laprida, el secretario Paso (encorvado, leyendo el acta) y el fraile Oro. Entre estos, mira de frente Boedo. Desde la izquierda, están Darragueyra, Castro Barros, y de espaldas Gorriti, con uniforme y bicornio en alto.
En el bloque de la derecha, se distingue a Godoy Cruz y a Anchorena; este de perfil, con sombrero y bastón en las manos. En su hombro se apoya Medrano. Detrás de este, Rivera y el fraile fray Rodríguez. Asido a los barrotes de la ventana, Pérez Bulnes y Sánchez de Loria. Sobre el ángulo derecho, Sáenz habla con Gascón. Claro que los tucumanos no podemos menos que deplorar la ausencia de los nuestros: Aráoz, Thames, Colombres.