“Después de leer para saber, releo para gustar”
En 1879, Paul Groussac dirigía la Escuela Normal de Tucumán, destino desde el cual enseñaba, leía y escribía. El 25 de mayo de ese año, enviaba desde allí al presidente Nicolás Avellaneda, esta carta que supongo inédita. “Sigo siempre, desde mi rincón, su marcha cada vez más segura, su fácil superioridad que se ‘dégage’ cada día, traduciéndose en actos más netos y en lenguaje más sobrio”, decía.
Informaba sobre sus labores. “Después de leer para saber, releo para gustar. Muchos de nuestros documentos, y aún aquellos seriotes que se titulan ‘históricos’, son de tránsito peligroso, como las veredas de Tucumán: todo es tropiezo, aspereza y desnivel”. No le sucedía así con la producción de Avellaneda: “por la vía romana de usted se camina confiado, se puede alzar la vista y soltar libremente el pie”.
Leía todo lo que se publicaba firmado por el presidente. Incluso había traducido, “para un compatriota recién llegado”, su discurso al embajador Amelot: “puesto en mi lengua, la traducción parece restituida al original”. Pensaba que “una de sus grandes satisfacciones hubiera sido tener que recibir en la Casa Rosada a un Prévost-Paradol, ministro plenipotenciario. Allí hubiera sido un torneo de aticismo”.
Terminaba. “En cuanto a mí, vivo feliz, tengo una mujer joven, inteligente y buena, mi trabajo me gusta, el ministro empieza a tener confianza en mí, me parece, y hace bien. La Escuela mejora enormemente en todo sentido. Saboreo la prosa de la vida. De su fuego pasado sólo he conservado unas brasitas para hacer mi puchero, sin llama y sin humo”.