Se desarrolló en las décadas de 1940 y 1950
Desde épocas inmemoriales, las langostas fueron una pesadilla para Tucumán, ciudad y campaña. Las “mangas” se formaban al inicio de la primavera. Cuando llegaban a Tucumán, el cielo se ennegrecía con las temibles mangas y su ruido característico. El vecindario hacía entrechocar recipientes de lata, buscando ahuyentarlas con el ruido, o encendía fogatas para alejarlas. Claro que los artilugios caseros nada podían hacer, cuando la manga decidía aposentarse. En minutos, los árboles quedaban deshojados, y se oía el chasquido de las ramas al quebrarse bajo el peso de los miles de acridios que buscaban afanosamente alimento. Después, alejada la manga, quedaban los altos montones de langostas muertas, que los barrenderos y las amas de casa barrían refunfuñando.
La táctica que se acordó finalmente, fue atacar las langostas en el invierno, cuando permanecían en las malezas en inactividad y a la espera de los calores que las reanimaran. Entre 1933 y 1936, catorce comisiones científicas fueron enviadas por el Gobierno Nacional para estudiar la zona del brote. Además, se reunió en 1946, en Montevideo, la Conferencia Internacional de Expertos en la Lucha contra la Langosta. De estas acciones salió una acción coherente para repeler la plaga. En Tucumán, la ejecutó la Sección Acridiología del Ministerio de Agricultura de la Nación.
Aquí estuvo el centro geográfico de la lucha. La destrucción, por medio de fumigaciones con aviones y con equipos terrestres, no reconoció cuartel y abarcó inclusive las horas nocturnas. La tarea que dio contundente resultado. El 10 de enero de 1953, LA GACETA informaba: “Por primera vez en el país controlóse a la langosta”. Era el principio del fin para las mangas en Tucumán, que desaparecieron desde entonces. Lamentablemente, parecen estar volviendo.