
Pudo burlar a los revolucionarios cordobeses
Un grave suceso de 1905 fue la revolución armada que la Unión Cívica Radical, apoyada por unidades militares de esa provincia, hizo estallar en Córdoba, el 4 de febrero. Hubo muchos muertos y heridos. Los rebeldes tomaron la ciudad capital y arrestaron el gobernador. Hicieron lo mismo con el vicepresidente de la Nación, José Figueroa Alcorta, quien se hallaba de paso. El presidente Manuel Quintana dispuso la represión, y envió tropas a ese efecto. Antes de que llegaran, el día 7, se fueron rindiendo los alzados.
Pero ocurrió que, a poco de iniciarse el movimiento, los revolucionarios intentaron apresar al general Julio Argentino Roca, quien estaba veraneando en su estancia “La Paz”, de Ascochinga: lo consideraban el máximo representante del “régimen”. Con ese propósito, partió un destacamento armado hacia “La Paz”.
Pero el tucumano, a sus 62 años y luego de haber ganado muchas batallas y dos presidencias, no estaba dispuesto a que lo tomaran prisionero. Sus informantes le avisaron, el 6, que el contingente se aproximaba. Entonces, montó a caballo, acompañado por varios amigos y, en una hora, cubrió al galope los 35 kilómetros que lo separaban de Jesús María. Allí, ordenó -y le obedecieron sin chistar- que le armasen a toda prisa un tren, en el que partió a Santiago del Estero.
No dejó, a quienes aspiraban a su captura, la posibilidad de perseguirlo: dispuso que un grupo de jinetes fuera detrás del convoy, levantando, cada tanto, tramos del riel, de modo que no pudiera correr tren alguno. Y en Santiago, se abocó a organizar la resistencia en el norte, por si el golpe se extendía.
Sofocada la revolución, el día 9, por la mañana, un tren trajo a Roca de vuelta a Jesús María. Desde allí, marcharía tranquilamente a “La Paz”, a proseguir su veraneo.