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SAN MARTÍN Y SUS NIETAS. Grupo en bronce, obra del escultor Ángel Ybarra García. LA GACETA / ARCHIVO.-

El padre la educó con rigor y se convertiría en su inseparable compañera.


Entre los bicentenarios que se cumplen este año, hay uno que ha pasado desapercibido: el de Mercedes San Martín de Balcarce, la única hija del Libertador y de su esposa, doña Remedios de Escalada. La fecha exacta de su nacimiento, ocurrido en Mendoza, es polémica. El 24 de agosto es la oficial para los mendocinos; pero otros sostienen que nació el 23 de ese mes, otros el 31, y hay quienes la llevan mucho más atrás, al 24 de febrero, aunque siempre en 1816. Doña Josefa Álvarez de Delgado y el tucumano José Antonio Álvarez de Condarco fueron los padrinos de esta “infanta mendocina”, como la llamó su ilustre padre en carta al general Tomás Guido. El nombre completo de la niña era Mercedes Tomasa.

Rumbo a Europa

Es sabido que San Martín se retira de la vida pública en 1822. Es el año de la entrevista con Simón Bolívar en Guayaquil, tras la cual instala el primer Congreso del Perú, renuncia al Protectorado y se embarca para Chile, donde permanecerá hasta enero de 1823. Pasa entonces a su chacra de Mendoza y allí se queda hasta noviembre. Entretanto, el 3 de agosto, había fallecido en Buenos Aires su esposa Remedios.

Va concluyendo 1823, cuando San Martín llega a la capital argentina para una estadía de poco más de dos meses. Ya tiene tomada la decisión de alejarse del país, llevándose a su hija Mercedes. Se embarca con ella en “Le Bayonnais”. Van a Gran Bretaña por un tiempo, y a fines de 1824 padre e hija se instalan en Bruselas.

Sin duda la relación entre San Martín y Mercedes es difícil al comienzo. Se han visto tan poco en los años anteriores, que prácticamente son dos desconocidos, y la niña ha adquirido todas las mañas que fomentaba la cariñosa crianza de los abuelos. En el viaje tuvieron algunos choques, y el padre no titubeó en ponerla en penitencia, encerrada en el camarote.

La transformación

De llegada a Europa, el general encara resueltamente la educación de la niña. Durante su permanencia en Inglaterra la inscribe en un colegio, y en Bruselas la coloca de pupila en otro. Los sábados es el único día libre: el padre la busca y salen de paseo.

El régimen aplicado a Mercedes le da buenos resultados. San Martín escribe a Tomás Guido: “Cada día me felicito más y más de mi determinación de haberla conducido a Europa y arrancado del lado de Doña Tomasa (su suegra). Esta amable señora, con el excesivo cariño que le tenía, me la había resabiado -como dicen los paisanos- en términos que era un diablotín”.

Agregaba que, ahora, “la mutación que se ha operado en su carácter es tan marcada como la que ha experimentado en figura. El inglés y francés le son familiares como su propio idioma, y sus adelantos en el dibujo y música son sorprendentes. Usted me dirá que un padre es un juez muy parcial para dar su opinión; sin embargo, mis observaciones son hechas con todo el desprendimiento de un extraño, porque conozco que de un juicio equivocado pende el mal éxito de su educación”.

Doce “máximas”

Además de lo que recibe en el Colegio, San Martín quiere formar a la hija bajo sus propias pautas. Así, en 1825 redacta, para su uso, unas líneas que titula “Máximas para mi hija”. Son doce las máximas: “1) Humanizar el carácter y hacerla sensible, aun con los insectos que no perjudican. Stern ha dicho a una mosca, abriéndole la ventana para que saliese: ‘Anda, pobre animal, el mundo es demasiado grande para nosotros dos’; 2) Inspirarle amor a la verdad y odio a la mentira; 3) Inspirarle una gran confianza y amistad, pero uniendo el respeto; 4) Estimular en Mercedes la caridad con los pobres; 5) Respeto sobre la propiedad ajena; 6) Acostumbrarla a guardar un secreto; 7) Inspirarle sentimientos de indulgencia hacia todas las religiones; 8) Dulzura con los criados, pobres y viejos; 9) Que hable poco y lo preciso; 10) Acostumbrarla a estar formal en la mesa; 11) Amor al aseo y desprecio al lujo; 12) Inspirarle amor por la patria y por la libertad”.

Más tarde, escribirá San Martín que “la educación que Mercedes ha recibido bajo mi vista no ha tenido por objeto formar en ella lo que se llama una dama de gran tono, y sí el de ser una buena madre y una buena esposa”.

Grato noviazgo

Al terminar la etapa del colegio, Mercedes se convierte en la gran compañera de su padre, a quien acompaña a todas partes. Corría 1831 cuando, en París, conoce al joven diplomático argentino Mariano Balcarce, hijo del general Antonio González Balcarce, guerrero de la Independencia que actuó bajo las órdenes de San Martín. Tiene 24 años y ella cuenta 15.

Se inicia entonces un noviazgo que complace en alto grado al Libertador. Tanto, que el 15 de diciembre de ese año escribe a la madre del novio, doña Dominga Buchardo de Balcarce, para arreglar la boda: “Antes del nacimiento de mi hija Mercedes, mis votos eran porque fuese un varón; contrariado en mis deseos, mis esperanzas se dirigieron a que algún día se uniese a un americano, hombre de bien y si fuera posible el que fuese hijo de un militar, que hubiese rendido servicios señalados a la independencia de nuestra patria. Dios ha escuchado mis votos, no sólo encontrando reunidas estas cualidades en su virtuoso hijo don Mariano, sino también coincidir el serlo de un amigo y compañero de armas. Sí como espero esto es de la aprobación de usted, será para mi la más completa satisfacción”.

Alegría del general

Mercedes y Mariano se casan en París, el 13 de diciembre de 1832. Poco después, el cargo del marido -quien sería diplomático argentino en Europa durante cuatro décadas- hace que viajen a Buenos Aires. Allí nace su primera hija, María Mercedes, el 14 de octubre de 1833.

Luego de permanecer en la Argentina casi dos años, la pareja regresa con su hija a París, y pasan a vivir con San Martín. En la casa de Grand Bourg nace la segunda hija del matrimonio Balcarce-San Martín, el 14 de julio de 1836. La bautizan Josefa Dominga.

Las nietas constituyen la gran alegría del general, sobre cuyas espaldas va cayendo, lento pero inexorable, el peso de los años. Mercedes no lo descuida jamás. Su excelente educación la ha convertido en una mujer culta e interesante. Le gusta la lectura y es una correcta pintora. Entre las telas que ejecutó, se encuentra un buen retrato de San Martín viejo, basado en el daguerrotipo de 1848. También copia, al óleo, ese famoso estandarte de Pizarro que los peruanos obsequiaron a su padre: quiere documentar el pendón, antes de que la vejez termine de carcomer totalmente la tela.

La despedida

El 23 de enero de 1844, San Martín redacta su testamento. Declara a Mercedes “absoluta heredera de mis bienes, habidos y por haber”. En una de las cláusulas, la sexta, se detiene cariñosamente en ella: “Aunque es verdad que todos mis anhelos no han tenido otro objeto que el bien de mi hija amada, debo confesar que la honrada conducta de ésta y el constante cariño y esmero que siempre me ha manifestado, han recompensado con usura todos mis desvelos, haciendo mi vejez feliz: yo le ruego continuar con el mismo cuidado y contracción la educación de sus hijas (a las que abrazo con todo mi corazón) si es que a su vez quiere tener la misma feliz suerte que yo he tenido. Igual encargo hago a su esposo, cuya honradez y hombría de bien no han desmentido la opinión que me había formado de él, lo que me garantiza continuará haciendo la felicidad de mi hija y nietas”.

En 1848, toda la familia se traslada a Boulogne-Sur-Mer. Allí, el 17 de agosto de 1850, Mercedes cierra los ojos de su padre, el general José de San Martín. Luego, continúa viviendo en Francia con su esposo y sus hijas. Pero ya no en Boulogne-Sur-Mer, sino en la importante residencia que Balcarce compra en Brunoy, unos veinte kilómetros al sudeste de París.

Josefa, gran dama

Narra el historiador Vicente Cutolo que un compatriota que la visitó en sus últimos años, la recordaba “de cabeza blanca, alta e imponente figura, de gracia seductora y súbita simpatía”. Falleció el 28 de febrero de 1875 y sus restos serían llevados a Mendoza en 1951. Su esposo la sobrevivió hasta 1885. Años atrás, había fallecido soltera, el 2 de mayo de 1866, su hija mayor, la porteña María Mercedes.

En cuanto a la segunda hija, Josefa Dominga, fue una personalidad muy destacada. Se casó en 1860 con el diplomático mexicano Fernando Gutiérrez Estrada. No tuvieron hijos y quedó viuda en 1904. Sus exquisitos modales, su simpatía y su don amistoso, convirtieron a la casa de Brunoy en un gran centro de sociabilidad. Durante la guerra mundial de 1914-18, doña Josefa instaló allí un hospital de sangre, y su dedicación a los heridos hizo que el Gobierno de Francia le otorgase la Legión de Honor. Legaría luego el palacete para casa de ancianos. Guardó por la memoria de su abuelo una enorme veneración. Remitió al general Bartolomé Mitre el famoso sable corvo, que hoy está en el Museo Histórico Nacional. También donó a ese museo los muebles de San Martín, que permitirían reconstruir fielmente la habitación donde falleció nuestro máximo prócer. Doña Josefa Balcarce y San Martín de Gutiérrez Estrada -como firmaba orgullosamente- murió en Brunoy, el 17 de abril de 1924.