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“LA ARGENTINA”. La fragata de Bouchard se convirtió en algo temible para los navíos del rey de España.

Entre 1817 y 1819, el arrojado corsario cumplió una increíble campaña, con la bandera argentina al tope de su barco.


La mayoría de la gente suele creer que la palabra “corsario” equivale a “pirata”. En realidad, “corsario” era el barco (y por extensión, su capitán) a cuyo propietario un país le había otorgado la denominada “patente de corso”. Se trataba de la autorización oficial para que su nave pudiera atacar barcos y poblaciones enemigas, reservando al Estado parte de los beneficios obtenidos, que se llamaban “presas”.

Así, corsario de la naciente Argentina fue Hipólito Bouchard. Poco o nada sabe el gran público de sus hazañas. Es oportuno rescatarlas ahora. En estos días, se cumplen dos siglos desde que inició su impresionante campaña a través de los mares, que se prolongaría hasta 1819.

Francés nacido en Saint-Tropez en 1780, Bouchard era marino desde adolescente y luchó tripulando los barcos de Napoleón. Llegó a Buenos Aires en 1809, y al instalarse la Primera Junta, le ofreció sus servicios, que fueron aceptados. Estuvo al mando de Juan Bautista Azopardo en el desventurado combate de San Nicolás, y luego ingresó a los flamantes Granaderos a Caballo del coronel José de San Martín. En el combate de San Lorenzo ultimó al abanderado realista y le arrebató la enseña. Todo esto le valió el otorgamiento de la ciudadanía argentina y el grado de capitán. Se había casado con una porteña, Norberta Merlo.

Zarpa “La Argentina”

Un acaudalado pariente de esta, el doctor Vicente Anastasio Echevarría, obtuvo de la Asamblea una patente de corso. Armó a ese efecto la corbeta “Halcón” y puso a Bouchard a su mando. Según lo estatuía la patente, debía unirse a la “Hércules” de Guillermo Brown para operar en el Perú. Juntos, capturaron varios barcos en el Callao, entre otros la fragata española “Consecuencia”. Pero, tras fracasar el ataque de Brown a Guayaquil, ambos marinos se distanciaron, no sin violencia. Bouchard entregó el “Halcón” y se quedó con la “Consecuencia”.

En ese barco llegó a Buenos Aires, al promediar 1816. El Directorio adjudicó la nave a Echevarría, quien la rearmó completamente y la rebautizó “La Argentina”. Y con esta fragata, que llevaba a bordo 250 hombres aguerridos e izaba al tope la bandera celeste y blanca, el corsario Bouchard partió el 25 de junio de 1817 -hace 200 años- de Buenos Aires. Antes de zarpar, debió imponerse, a costa de dos muertos y varios heridos, sobre una sublevación de su marinería.

Luchas y bloqueos

Puso proa a Madagascar. Llegó allí en setiembre, y en noviembre estaba en Java. No le faltaron problemas serios. Debió sofocar un incendio; buena parte de su tripulación murió a causa del escorbuto, y logró impedir que una nave francesa cargara esclavos en Tamatawa.

Poco después, en Célebes, se enfrentó con cinco naves piratas. Los tripulantes de una de ellas se lanzaron al abordaje. Los hombres de Bouchard los rechazaron en feroz lucha cuerpo a cuerpo. Vencedor, el corsario condenó a muerte a los vencidos, sabedor de que antes habían asesinado a la tripulación completa de un barco portugués.

“La Argentina” llegó -a fines de enero de 1818- a la isla de Luzón, en las Filipinas, que era “base y centro del poder de España en la Malasia”. Bloqueó durante dos meses el puerto y en su transcurso apresó 16 buques mercantes de bandera española, a los que precedió a hundir. En la Isla de los Galeones intentó atacar con botes armados a un buque mercante español. No pudo capturarlo y perdió en la refriega varios hombres, entre ellos un valioso oficial, el teniente Nathan Sommers.

Con Kamehameha  

Pero persiguió al buque y logró tomarlo en el puerto de Santa Cruz. Se impuso a cañonazos sobre su guarnición, además de llevarse un bergantín y una goleta, que luego se perderían en el viaje. Se dirigió luego a las Islas Sándwich, a las que llegó al promediar agosto de 1818. Para su sorpresa, encontró allí a la corbeta “Chacabuco”, que tenía patente de corso argentina. Su tripulación se había sublevado y usaba el barco para actividades de piratería en el Pacífico.

Bouchard exigió a Kamehameha, monarca de las islas Sándwich, que le entregara la nave y los sublevados. El reyezuelo se negó, ante lo cual Bouchard puso los cañones de “La Argentina” apuntando al palacio. Al fin, arregló las cosas con Kamehameha. El cabecilla de los alzados fue ejecutado sin más trámite, y el rey de las Sandwich firmó con Bouchard un tratado donde reconocía la independencia argentina. Fue el primer gobierno que lo hizo.

Toma de Monterrey

El corsario reparó la “Chacabuco” y, escoltada por esta, “La Argentina” rumbeó hacia California. Quería, escribe Bartolomé Mitre, “establecer su crucero sobre las costas de México, sobre el Pacífico, para destruir en sus puertos el poder naval que restaba a España”. El 22 de noviembre de 1818 estaba en la bahía de Monterrey. La atacó y la desmanteló sin ahorrar violencia: arrasó la fortaleza, el cuartel y el presidio, e hizo volar los almacenes del rey de España. Se llevó un total de 20 piezas de artillería.

Después, devastó varias poblaciones de la costa. Bloqueó el puerto de San Blas y los de Acapulco y Sonsonate: en este último, sometió a cañonazos a las fuerzas de tierra y se apoderó de un bergantín. Arribó luego (abril de 1819) al puerto nicaragüense de Realejo. Se apoderó allí de cuatro buques, tras intenso combate: hundió a dos de ellos y reforzó su crucero con los restantes.

Con San Martín

Finalmente, escribe Paul Groussac, regresó a Chile “cargado de despojos y después de hacer flamear por primera vez, en cuatro partes del mundo, la novísima bandera argentina”. Pero, para su desgracia, ni bien llegó a Valparaíso, el jefe de la marina chilena, Lord Cochrane, lo arrestó y secuestró sus presas. Tras largas reclamaciones, que se prolongaron durante tres meses, lo pusieron en libertad y le devolvieron “La Argentina”. Pudo entonces volver a Buenos Aires.

Regresaría a Chile en 1820, para participar, con su ya famoso barco, en la expedición de San Martín al Perú. Cuando el Libertador se enemistó con Cochrane y creó la escuadra peruana, confió a Bouchard el mando de la fragata “Prueba”. Con ella, actuó en la expedición a Guayaquil, a órdenes del almirante Martín George Guise. Al morir éste, Bouchard asumió la jefatura de la escuadra.

El asesinato

El veterano marino resolvió radicarse definitivamente en el Perú. Llevó allí a su esposa e hijas porteñas y se instaló en el ingenio azucarero que había comprado en Lima, siempre en sociedad con Echavarría. La noche del 6 de enero de 1837, Hipólito Bouchard murió asesinado “por sus propios esclavos, súbitamente”, según su acta de defunción.

Mitre, en sus “Páginas de historia”, ha dedicado un erudito estudio al intrépido corsario franco argentino. Lo describe físicamente. Era “de estatura elevada, formas atléticas y sólidamente constituido: podía desafiar impunemente la fatiga. De tez morena, cabello obscuro y recio, y ojos negros, rasgados, penetrantes y duros, todo revelaba en él un temperamento ardiente”. Caminaba “siempre erguido, con su cabeza abultada echada hacia atrás, mostrando en sus ademanes resueltos la voluntad deliberada de un hombre de acción y el aplomo de un hombre de mundo”.

Viaje increíble

“Vigilante, sobrio, habitualmente bondadoso, de una imaginación fogosa y vagabunda, a la par que de una prudencia fría, abrigaba en su alma el entusiasmo por su patria adoptiva y el anhelo de la riqueza”. En suma, era la persona adecuada “para mandar aquella reunión de hombres mancomunados por los mismos intereses y pasiones, a los que él servía de centro y de vínculo”.

Sobre su famoso viaje, el mismo historiador opina que “una campaña de dos años, dando la vuelta al mundo en medio de continuos trabajos y peligros; una navegación de miles de millas por los más remotos mares de la tierra; en que se domina una sublevación, se sofoca un incendio a bordo, se impide el tráfico de esclavos en Madagascar, se derrota a los piratas malayos en el estrecho de Macassar, se bloquea las Filipinas anonadando su comercio y su marina de guerra, se domina parte de Oceanía, imponiendo la ley a sus más grandes reyes por la diplomacia o por la fuerza”.

Banderas inspiradas

Agrega que, además, “se toma por asalto la capital de la Alta California, se derrama el espanto en las costas de México, se hace otro tanto en Centro América, se establecen bloqueos en San Blas y Acapulco, se toma a viva fuerza el puerto del Realejo, apresándose en este intervalo más de 20 piezas de artillería, rescatando un buque de guerra de la Nación, y aprisionando y quemando más de 25 buques enemigos, dando el último golpe mortal al comercio de la metrópoli en sus posesiones coloniales y paseando en triunfo, por todo el orbe, la bandera que se le había confiado, es ciertamente un crucero memorable”.

Para terminar. En su libro de 1970, el diplomático Carlos A. Ferro sostuvo que la bandera argentina que hacían flamear, cada uno por su lado, los corsarios Hipólito Bouchard y Luis Aubry, se convirtió en “símbolo de la insurrección del istmo”. En ese carácter, inspiró los colores de las actuales enseñas de Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua, todas las cuales tienen franjas azul, blanca y azul, como la de la Argentina. En todas, las franjas son horizontales, salvo en la de Guatemala, que son verticales. La de Costa Rica es la única que le suma un tercer color, con la faja roja del medio.