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POSTA DE YATASTO. Una arraigada tradición afirma que allí se encontraron San Martín y Belgrano en 1814. Pero otras investigaciones sostienen que ocurrió en la cercana Posta de los Algarrobos. la gaceta / OSCAR FERRONATO, archivo

En enero de 1814 reemplazó a Belgrano al frente del Ejército del Norte. Dispuso la guerra de guerrillas en el norte, construyó la Ciudadela y reorganizó la oficialidad y las tropas, hasta que una enfermedad lo obligó a alejarse.


Entre los bicentenarios que se cumplen este año (y que habrán de pasar seguramente desapercibidos) está el muy importante de la permanencia del entonces coronel José de San Martín en Tucumán. Merece la pena revisar el tramo, utilizando los excelentes trabajos de los historiadores Antonio J. Pérez Amuchástegui y Patricia Pasquali.

En diciembre de 1813, el Triunvirato, poder central de las Provincias Unidas (hasta el 22 de enero de 1814, en que lo reemplazará un Director Supremo, el doctor Gervasio Posadas), decide nombrar a San Martín mayor general del Ejército del Norte, en reemplazo de Eustoquio Díaz Vélez. Y lo pone al frente de una expedición que parte a apoyar a aquella fuerza, que viene en retirada a Tucumán tras los desastres de Vilcapugio y Ayohuma. Pero, poco después, dispone que San Martín directamente reemplace a Belgrano en el comando, función que San Martín se resiste a aceptar.

Encuentro de los jefes
El coronel marcha a su destino. El 17 de enero, ambos jefes se encuentran por primera vez personalmente, aunque mantenían desde 1812 una correspondencia que había generado recíproca estima. El encuentro, según la tradición, fue en la posta de Yatasto, aunque investigaciones más ajustadas aseguran que ocurrió en la cercana Posta de Los Algarrobos.

Como aún no ha llegado a sus manos el despacho que otorga el mando supremo a San Martín, el general Belgrano lo designa segundo jefe. Recién el 29 de enero, el recién venido se hará cargo de la fuerza. Con toda humildad, Belgrano acepta quedar al mando del Regimiento 1, que San Martín le confía.

El 30, San Martín llega con las tropas a la ciudad de San Miguel de Tucumán, donde acampa. Lanza una proclama dirigida a los “valientes tucumanos”.

Estrategia defensiva
Asegura que los esperan “triunfos memorables”, sobre ese enemigo batido hace dos años en su ciudad; enemigo que todavía “recuerda con horror el nombre tucumano”. Solicita “constancia y unión” para ser invencibles otra vez. “Yo vengo a trabajar entre vosotros. Fijad en mis deseos y en los esfuerzos que os prometo, las esperanzas que os da un compañero”. Termina con una pregunta desafiante: “Unido el Ejército de mi mando con vosotros ¿tendrá la Patria a quién temer?”.

La primera cuestión que debe encarar San Martín es la estratégica. Opta por un plan defensivo. Resuelve que, por el momento, no abrirá una nueva campaña sobre el Alto Perú. Pero tiene el propósito de que el Ejército del Norte se halle en condiciones de moverse rápida y exitosamente, en caso de que los realistas tomen la ofensiva. Entretanto, busca que el enemigo crea que va a salir a atacarlo. Por eso se preocupa de esparcir rumores en esa dirección.

Guerra de guerrillas
Lo que sí dispone, perfectamente asesorado por Belgrano y en base a un informe de Manuel Dorrego, es desencadenar una escalada de guerrillas en Salta y Jujuy. Nombra al teniente coronel Martín Güemes comandante de las avanzadas, y el jefe salteño cumplirá su misión de modo memorable. Sus partidas gauchas hostilizarán sin tregua a los realistas, interceptarán sus comunicaciones, les impedirán obtener alimentos. Esto además de desarrollar una invalorable tarea de espionaje, que tendrá a San Martín informado al detalle de los movimientos del enemigo.

En su programa, Tucumán constituye un punto clave, y debe ser defendido a toda costa, como “mínimo límite septentrional de la revolución”. Aquí están la mayoría de los emigrados, la Fábrica de Fusiles y el parque de artillería.

La Ciudadela
De acuerdo a ese criterio, manda construir un recinto fortificado en forma de pentágono con bastiones en las puntas, unas doce cuadras al oeste de la plaza principal, por la zona donde se libró la victoria de 1812. Es la famosa “Ciudadela”. El nombre bautiza hoy al barrio populoso que creció con los años a su alrededor. El ingeniero Enrique Paillardelle es el encargado de diseñar el fuerte, cuyos trabajos se inician el 8 de febrero.

El propósito, explica San Martín al Director, es “que no sólo sirva de apoyo y punto de reunión de este ejército en caso de contraste, sino que me facilite los modos de su más pronta organización”. Un espacio fortificado puede, además, evitar la deserción, “tan general en este ejército, compuesto en su mayor parte de reclutas”.

Pago a la tropa
Pero el Ejército del Norte no sólo está desmoralizado por las derrotas últimas. También se halla mal alimentado, mal vestido y mal pagado. San Martín ataca con decisión estas carencias. Para eso echa mano, sin miramientos, a una remesa de dinero que pasa por Tucumán, enviada desde Potosí a Buenos Aires y destinada a pagar a las tropas porteñas. Lo hace en contra de las instrucciones del Director, explicándole que estaba ante una urgencia. Posadas debe conformarse, pero lo reconviene. “Si con el obedecimiento se exponía usted a quedar en apuros, con el no cumplimiento he quedado yo como un cochino”, le escribe.

La tropa empieza a recibir algo de dinero con cierta regularidad: 4 reales por semana. Los alegra, también, con “medio frasco” de aguardiente por cada 50 hombres. Consigue igualmente nuevos uniformes y nuevo calzado. Entiende que para tener autoestima y generar respeto en el vecindario, el soldado no puede presentarse desharrapado.

Férrea disciplina
Instala una fábrica de monturas, a tiempo que trata de obtener resultados más ambiciosos de la Fábrica de Fusiles, que hasta el momento sólo sirve para composturas: coloca al diligente Feliciano Chiclana en la conducción. San Martín tiene la obsesión de contar con buena artillería y de imponer el máximo cuidado del armamento.

Se maneja con una férrea disciplina. Para los desertores, fija una pena de 200 varillazos, por ejemplo. Somete a consejo de guerra al coronel realista Antonio Landívar, capturado en Santa Cruz de la Sierra, famoso por sus crueldades con los prisioneros criollos, y hace cumplir la sentencia de fusilamiento. Reorganiza y disciplina el cuadro de oficiales. Separa de la fuerza al chacotón Dorrego, a causa de una falta grave (sostiene Gregorio Aráoz de La Madrid que consistió en burlarse de la voz de mando de Belgrano), y lo envía castigado a Santiago.

El regimiento de color
Ordena que toda la oficialidad asista obligatoriamente a una Academia que instala, donde él mismo dicta clases. Y, para profundizar la formación, organiza también la Academia de Matemáticas, a cargo de Paillardelle.

Uno de sus regimientos, el 7 de Infantería, estaba compuesto por soldados de color. Lo aumenta a 1.200 plazas y urde un mecanismo para rescatar esclavos e incorporarlos a esa unidad. Logra dotar así a libertos, negros y mulatos, de un fuerte “espíritu de cuerpo”, e incorporarlos realmente al proceso revolucionario. Al mando de Toribio de Luzuriaga, el 7 se convierte así en un regimiento muy importante, que se cubrirá de gloria en las futuras campañas sanmartinianas.

A todo esto, el Directorio insiste en que Belgrano se presente en Buenos Aires. Pone pretextos San Martín, porque la presencia del vencedor de Tucumán y Salta le parece clave, dados el prestigio que tiene y su conocimiento del territorio, de la gente y de sus hábitos. Pero Posadas se pone firme y el 18 de marzo Belgrano parte a Santiago, desde donde seguirá, en mayo, a Buenos Aires.

Enfermo en La Ramada
Las medidas del nuevo jefe han infundido un clima de renovación en el Ejército del Norte. Pero sucede que el 25 de abril, San Martín cae enfermo de una “afección al pecho” -un fuerte ataque de asma, probablemente- que se complica con el sangrado copioso de su vieja úlcera gástrica. Una junta médica dictamina que debe cambiar de clima con urgencia, y el mayor Francisco Fernández de la Cruz lo reemplaza en la jefatura.

El 28 lo llevan a la “hacienda de las Ramadas”. Es una propiedad de don Pedro Bernabé Gramajo, que luego pasará a su hijo político, don Rufino Cossio. Según la tradición, se aloja en la “sala” que se alzaba entonces en el sector hoy conocido como “La Ramada de Abajo”.

Allí encuentra bastante alivio. El 25 de mayo se siente “bastante restablecido”, y hasta piensa que puede reasumir el mando.

Adiós a Tucumán
Con eso no está de acuerdo el médico Guillermo Collisberry. Juzga que el paraje de La Ramada es húmedo y le parece prudente llevar al enfermo a “un sitio más seco, inmediato a Santiago del Estero”. Pero otra vez lo ataca la “afección al pecho”, y se dispone trasladarlo a Córdoba.

Nadie sospechaba entonces las horas gloriosas que aguardaban a San Martín en los años por venir, y que lo convertirían en el Libertador. Ya nunca regresará a nuestra provincia, donde pasó –hace dos siglos- aquellos escasos tres meses de gran actividad. Pero nunca habría de olvidar a Tucumán.

Así lo testimonia Félix Frías, quien en 1850 estuvo junto a San Martín en Boulogne Sur Mer, cuando el glorioso viejo vivía sus últimos días. Cuenta que, en sus conversaciones, el general todavía “recordaba con entusiasmo la prodigiosa naturaleza tucumana”.