El lado oriental de la montaña como paraíso
El doctor Juan Heller (1883-1950), aquel memorable magistrado y humanista tucumano, conocía palmo a palmo el territorio de su provincia, que había recorrido a caballo en largas jornadas. Decía que la vertiente oriental de la montaña tucumana “se nos aparece como un paraíso terreno”. Contaba que la primera vez que la admiró, fue “regresando de Catamarca por Sínguil y Balcosna, parando en la vertiente que baja hacia La Cocha. En el alba luminosa abríase la inmensa media luna de los contrafuertes del Aconquija, que adelantaban su otro cuerno en las lejanías de los cerros del Taficillo”.
“Lo vi por segunda vez -narraba- regresando, por el rumbo opuesto, del alto de Medinas, colindante con la Candelaria salteña. Habíamos tramontado muy de mañana el Alto de las Salinas y llegamos a su mesada junto con el sol. Los cerros de Trancas abrían el abanico, con el inmenso varillaje de sus ríos emergentes, que iban a terminar su majestuosa curva en los cerros de Graneros”.
Y “por tercera vez y como en otra alguna, lo admiré de regreso de Santa María atravesando los valles occidentales de Encalilla, de Amaicha y de Tafí. Cabalgábamos desde el alba por aquellos cerros adustos que el cardón gigante ornamenta con severa gravedad”. Ya “fatigados por la jornada, hartos del monótono paisaje, transpusimos, al caer la tarde, la cumbre del Infiernillo y descendíamos por las faldas del Pabellón hacia los valles de esta ladera oriental. Allá del fondo del valle surgían las nubes que el viento arrastraba a lo largo de los montes. Eran las primeras que veíamos desde hacía quince días”.
Entonces, “bajamos de las mulas y nos tendimos sobre la verde y fresca gramilla que resaltaba la falda. Queríamos esperar una nube que acababa de formarse en el valle. La brisa tardó largo tiempo en acarrearla y lentamente llegó hasta nosotros y nos cubrió con su voluptuosa frescura…”