José Mariano Astigueta, tucumano de adopción, no solo fue gobernador interino y nos representó en al Congreso. Seria también un catedrático y un higienista de alto relieve
José Mariano Astigueta era salteño de nacimiento, pero vivió desde entre nosotros la primera y muy significativa etapa de su vida. En Tucumán cursó la escuela y el colegio, se formó como hombre público – llegó a ser gobernador interino- y nos representó en el Congreso Nacional. Cuando se radicó en Buenos Aires, sus elevados cargos incluyeron la cartera de Justicia e Instrucción Pública de la Nación. Era médico y luego se concentraría en esa carrera, en la que tuvo alto relieve como sanitarista y como catedrático.
Venía de una vieja familia de guerreros de la Independencia, patriotas y hacendados, dueños de la estancia “La Candelaria”. Nació en Salta el 20 de noviembre de 1850, hijo de don José Estanislao Astigueta y doña Eduarda Heredia. Vino en la niñez a Tucumán. Fue alumno de nuestro Colegio Nacional: egresó en 1869, en la primera y módica promoción de nueve bachilleres. Pasó entonces a estudiar a la Universidad de Buenos Aires y, tras brillantes exámenes, la Facultad de Ciencias Médicas lo saludó doctor en 1876, con la tesis premiada “Patogenia de la oftalmia simpática”.
Política e incidentes
Con su diploma, Astigueta ingresó en el Ejército Nacional. Cumpliría allí una distinguida carrera. Como Cirujano Principal, le tocó actuar en la última campaña militar que se desarrolló en Entre Ríos contra el caudillo Ricardo López Jordán. Se retiró con grado de teniente coronel de línea, y regresó de inmediato a su provincia adoptiva de Tucumán. Lo esperaban importantes responsabilidades.
Militaba en el Partido Autonomista Nacional y lo atraía con fuerza la vida política. Empezó a actuar en ella como diputado a la Legislatura Provincial. Era un hombre recio y temperamental. Un ejemplo de este costado, es la pelea a bastonazos que mantuvo en el “hall” del viejo Teatro Belgrano, con el periodista español Fernando López Benedito.
Éste había firmado, en el diario local “La Razón”, un artículo que Astigueta consideró injurioso. Llegó entonces la Policía, y las derivaciones hicieron bastante ruido. Tuvo lugar una extensa interpelación al Ministro de Gobierno, para esclarecer el alcance de las facultades policiales para intervenir, cuando un incidente tenía por protagonista a un legislador.
Tribunal de Medicina
Astigueta presidió el Tribunal de Medicina de Tucumán. Hay que marcar un capítulo de su activa tarea en ese organismo. Pidió que el Gobierno lo proveyera de un “químico ensayador”, para verificar la aptitud de los medicamentos que las boticas compraban “en fardo” en el litoral, y para ejercer un efectivo control sobre los productos alimenticios que se expendían la población.
Pensaba que el Tribunal no podía limitarse a funciones pasivas. Debía llevar su acción “hasta el campo de las investigaciones científicas”, y empeñarse, recalcaba, “en poder señalar, de una manera precisa y científica, numerosas causas que afectan la salud pública y que tal vez pudieran subsanarse sin grandes sacrificios”. La muy razonable solicitud de Astigueta hizo camino, y en 1881 el Estado Provincial contrató en París a un químico farmacéutico, Enrique Basset, quien actuó eficazmente durante largos años.
El episodio, como muchos de su carrera, es revelador de su personalidad de servidor público. De ninguna manera pasaba sin dejar huella por los cargos que desempeñaba y, cuando asumía una responsabilidad, sabía hacerle honor. Como también queda clara la importancia que otorgaba a la tarea científica, como basamento ineludible de las decisiones de un Tribunal de Medicina.
Gobernador interino
Corría 1879, cuando el gobernador de Tucumán, Domingo Martínez Muñecas, nombró ministro de Gobierno al doctor Astigueta, luego de la crisis que alejó de esa cartera a Silvano Bores. Y a fines de ese año 79, por licencia del gobernador, le tocó a Astigueta desempeñarse al frente del Poder Ejecutivo de la Provincia.
En ese carácter, confeccionó y leyó un mensaje de apertura de sesiones de las Cámaras de ese año, que corresponde destacar. Era un documento sumamente interesante, y estructurado con un enfoque original, que ofrecía un cuadro completo de la vida política y económica de Tucumán en ese momento. Astigueta exponía el panorama con franqueza y lucidez, y formulaba agudas reflexiones que el tiempo no haría sino confirmar.
En 1880, el doctor Astigueta renunció a su cartera, y poco después fue elegido diputado por Tucumán al Congreso de la Nación. Desde entonces quedaría ya radicado en Buenos Aires, con su esposa tucumana, doña Angélica Posse Silva y sus dos hijos, Angélica y José Manuel. Se abría una segunda y muy importante etapa de su vida.
El período de diputado nacional de Astigueta concluyó en 1884. En 1886, fue designado director de la Asistencia Pública de la Capital Federal. Desempeñó este cargo durante dos períodos. El doctor Gregorio Aráoz Alfaro recordaría que la Municipalidad de Buenos Aires debió, a la iniciativa de Astigueta, una serie de creaciones de ponderable significación sanitaria.
El sanitarista
Fue él quien organizó la vacunación antivariólica “en la amplitud requerida en esa gran capital”. Asimismo, estableció el servicio de inspección de las prostitutas y el Sifilicomio. Creó el Hospital Mixto, bautizado posteriormente “Rawson”, y proyectó una gran Casa de Aislamiento, además de instituir las estufas fijas y el servicio ambulante de desinfección. En suma, a juicio de Aráoz Alfaro, “ensanchó y perfeccionó todas las dependencias de la Asistencia Pública”.
Breve ministerio
Alineado entre los partidarios del presidente Miguel Juárez Celman, éste lo llamó en junio de 1890 para confiarle el Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública de la Nación. Eran los últimos y tensos tramos de su mandato, que se cerraría, como se sabe, a consecuencia de la revolución del 90, que estalló un mes más tarde. Permaneció en la cartera muy breve tiempo. Renunció un mes después de aquel movimiento, junto con su colega de Relaciones Exteriores, Roque Sáenz Peña.
Hay que agregar que se desempeñó asimismo como director del Banco Hipotecario Nacional, y de las Obras Sanitarias de la Nación. Había sido también eficaz presidente del Consejo Nacional de Higiene, que era una suerte de Ministerio de Salud Pública por entonces.
De acuerdo a los conceptos de Aráoz Alfaro, fue en este último cargo donde el doctor Astigueta “reveló dotes de actividad y energía que seguramente no han sido igualadas”. Fue a iniciativa suya que se reunió la Convención Sanitaria de Río de Janeiro. Concurrió allí acompañado por el doctor Telémaco Susini, ocupó la vicepresidencia y, dice el mismo autor, “supo desarmar todas las suspicaces prevenciones contrarias, y obtener a favor de nuestro país todas las concesiones posibles”.
En la cátedra
Además de actuar en las alturas políticas, Astigueta tuvo, en Buenos Aires, la oportunidad de desplegar en plenitud sus condiciones de médico estudioso y de catedrático universitario de alto mérito. Su colega Aráoz Alfaro hace resaltar que “era un hombre de talento y de carácter, y si las agitaciones de su vida pública le impidieron que llegara a ser un fisiólogo moderno y un experimentador avezado, no fueron, empero, obstáculos para que su espíritu claro y atrevido se pusiera de acuerdo con el movimiento científico actual”.
Dictó, durante 16 años, la cátedra de Fisiología en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidasd porteña. Desde allí, exigió y obtuvo la creación del Laboratorio de Fisiología. Ese instituto fue de los que, dice Aráoz Alfaro, lograron dotar a la casa de estudios de una enseñanza de carácter experimental y práctico.
Añade este testigo que, aunque Astigueta había sido “educado en un medio estrecho, e ignorante del laboratorio y la experimentación”, tuvo, sin embargo, “un parte muy principal en todas las reformas que fueron colocando a nuestra Escuela de Medicina a la altura del país y la época”. Se desempeñó también como académico y como delegado al Consejo Superior de la casa de estudios.
Muerte prematura
El doctor José Mariano Astigueta falleció en Buenos Aires el 18 de setiembre de 1897, a los 47 años. “La muerte –diría su colega y amigo Eliseo Cantón- lo sorprendió de una manera traidora y aleve, con la rapidez del rayo, en uno de esos momentos de pausa universal e interna de todas las funciones de la naturaleza, como elocuentemente definía Heberden a la ‘angina pectoris; sin consentirle un momento de lucha, temerosa talvez de que el distinguido médico y fisiólogo pudiera disputarle la presa”. Y agregó: “Si es verdad que el hombre muere por el órgano que más trabaja, el distinguido doctor Astigueta ha debido tener un corazón muy grande”…
Despidieron sus restos los doctores Pedro Arata, Pedro Coronado y Horacio Piñero. La Academia Nacional de Medicina resolvió dar su nombre a la Sala de Fisiología del viejo Hospital San Roque, cuyo cuerpo médico Astigueta había integrado largos años.
Su partida prematura canceló una trayectoria especialmente fecunda, inolvidable por la intensidad del esfuerzo y por el mérito de una devoción hacia la ciencia, todo esto unido a una preocupación efectiva por los intereses generales del país. Una calle de Tucumán debiera llevar el nombre de Astigueta, hoy rodeado de olvido, como ocurre casi siempre con los esforzados servidores públicos.