En su trabajo de 1916, “El Congreso de Tucumán”, Paul Groussac analizaba aquel proyecto de monarquía incásica que rondó en no pocas mentes de los diputados de la Independencia, en 1816.
Se preguntaba que, si esto hubiera cristalizado, “¿qué cambio hubiera obrado en la historia argentina?”. Pensaba que “es casi ociosa la pregunta, tan inmediata y espontánea se formula la contestación”.
Expresaba que “no se tuercen durablemente las corrientes históricas, no más que las naturales, por efecto de una desviación artificial, siendo así que resultan de pendientes múltiples e irresistibles”. Daba un ejemplo. “Allá por los altos de Minas Geraes, en la línea divisoria de las grandes cuencas platense y amazónica, brotan del mismo campo dos manantiales que divergen apenas formados, el uno al norte y el sur. El primero es la fuente del río San Francisco, el segundo la del río Paraná”.
Son tan vecinos “que, según refiere el viajero Castelnau, le ha ocurrido alguna vez al propietario, por medio de una corta acequia, hacer que el segundo arroyo se desaguara en el primero. El incidente no tiene consecuencia alguna para el naciente Paraná que, reconstituido un poco más abajo por otras corrientes diminutas, no merma por la falta temporaria e ignorada de una de ellas; y el caudaloso río sigue su curso hacia el Plata, engrosándose al andar con los cien tributarios de sus vertientes”.
Piensa que lo mismo hubiera sucedido con la corriente histórica. “La entronización del inca no hubiera detenido una hora el inevitable divorcio; y el Alto Perú hubiérase quedado con sus Huiracochas en el Cuzco, como Bolivia con sus Ballivianes y Belzus en Chuquisaca, mientras la Argentina completaba su propio desarrollo orgánico”.