Anatole France vino a Buenos Aires en 1909. Enredado con una actriz otoñal, trastornó la casa del juez gay que lo alojó. Sus conferencias fueron un fracaso y, con la crónica de esos días, su secretario armó un “best seller”.
En 1909, Buenos Aires, capital de la próspera Argentina “de los ganados y las mieses”, se preparaba para celebrar el Centenario. Es verdad que inquietaban a la gente los atentados anarquistas, el más famoso de los cuales ultimó nada menos que al jefe de Policía. Pero esto no atenuaba el orgullo de los porteños por su ciudad, que crecía y se modernizaba con ímpetu. Ese año, por ejemplo, abrían sus puertas los suntuosos edificios del Plaza Hotel, del Colegio Nacional “Mariano Moreno”, o del Hospital Alvear.
Y el fenómeno tenía que completarse con la presencia de intelectuales extranjeros. Así fue como una comisión resolvió invitar a Anatole France, estrella rutilante de las letras de París, a dar conferencias.
El maestro contaba entonces 65 años y tenía un secretario de 21, llamado Jean Jacques Brousson. Este registraría por escrito la intimidad de aquella visita: de su cáustico libro provienen los datos de esta nota.
Según Brousson, el gran mujeriego France aceptó con entusiasmo. “Yo no he visto en mi vida mujeres más bellas que las argentinas: a la opulencia de formas unen no sé qué de soberano. Son flores españolas, pero vigorizadas por un clima más húmedo”, aseguró.
Flechazo a bordo
Y bien, partieron a Buenos Aires, en el vapor “Amazonas”, Anatole France, Brousson y un criado, Francisco. La compañera de France, Madame Arman de Caillavet (unida a él desde 1883, sin haberse divorciado jamás del marido), había insistido en que Francisco los acompañara: por su intermedio, estaría al tanto de las aventuras galantes del maestro.
Entre los pasajeros, viajaba también a Buenos Aires una compañía de actores. Desde el vamos, France empezó a cortejar a una actriz otoñal del conjunto. Brousson nunca la identifica por el nombre y la llama La Característica. La describe sin mucha piedad. “Muy encorsetada”, tendría un “medio siglo” de edad y era “altanera como una reina destronada”. De sus triunfos anteriores, conservaba “la nostalgia y la actitud imperiosa de la cabeza”, cubierta con una peluca color “rubio infantil”. Su mirada era “ligeramente bizca”.
Pronto Anatole France quedó subyugado con esta mujer que lanzaba “gritos de gaviota” cuando algo la entusiasmaba. En una de las escalas, sufrió un desvanecimiento. France la condujo al camarote y, al volver, susurró a Brousson: “la carne está cansada, pero el resto ¡es de una juventud!”.
Invita el juez gay
En Bahía, el maestro recibe un telegrama de Buenos Aires. Un magistrado, “juez de Instrucción y pariente del presidente de la República”, le ofrece su casa para alojarlo. Es un petit hotel donde el juez atesora colecciones de pinturas, libros y muebles antiguos. Pero junto con la oferta, llegan anónimos, también desde Buenos Aires. Aseguran que el juez es gay -“practica la heterodoxia sexual”- y que aceptar la invitación lo desacreditaría.
France se enoja. “¿Qué me importan las extravagancias del huésped, si el alojamiento es cómodo, la cocinera experta y la biblioteca y la bodega bien provistas? Muy lejos de desalentarme, ese rumor escandaloso me inclina más a aceptar la hospitalidad del juez. Es un hombre de gusto, puesto que lee mis libros, y puesto que se lo difama”.
Y llegará otra carta de “militantes socialistas” porteños, para denigrar al juez. Suponen que un hombre de sensibilidad social como France, no se alojará en la vivienda de alguien que ha dictado sentencias en contra de obreros. Pero el maestro se lava las manos. “Yo no he venido a hacer política sino literatura”, comenta.
En Buenos Aires
Al fin, llegan a Buenos Aires. Los reciben personajes, periodistas, fotógrafos. Arriban a la casa del discutido juez, donde se instalarán. A Brousson le parece “presuntuosa y barroca”, con habitaciones “pomposas y sin intimidad”. Sus balaustradas y columnas son de imitación mármol, los gobelinos son falsos, los cuadros “de firma” no pasan de malas copias, y así.
En la recorrida, llegan al dormitorio. Lo preside una gran cama de caoba con estrado. Hay espejos por todas partes y del techo penden guirnaldas de flores artificiales. “¡Qué hermoso campo de batalla!” dice Anatole France al magistrado. “¡Y tiene la generosidad de cedérmelo! Usted que está en la edad de las proezas, ¿dónde va a realizar sus valentías?”. El juez responde que trasladó sus cosas al piso superior, donde vive la madre, que está de viaje por Europa. Eso sí, compartirá la mesa a diario con France y Brousson.
Al día siguiente, Brousson se topa con una desagradable noticia. El maestro le comunica que ha invitado a La Característica, para que haga el papel de “señora dueña de casa”, que juzga es necesario. La decisión desagrada igualmente al juez. No dice nada, pero prácticamente no dirigirá la palabra a la actriz desde entonces.
El público se aburre
Empiezan las conferencias de France en el teatro Odeón, de Corrientes y Esmeralda. Distan de ser un éxito. El primer día, en los palcos no hay mujeres. No las habrá nunca, porque, según dicen, el arzobispo les ha recomendado no hacer el juego a alguien que predica “el ateísmo”. Y en los días siguientes, la concurrencia disminuye, por la sencilla razón de que le aburre el tema: Anatole France les habla de Rabelais y de la literatura del siglo XVI.
Entretanto, La Característica se ha adueñado de la casa del juez. Cambia de lugar los muebles, mandonea a la criada, invita a sus compañeros actores a comer todos los días. Anota Brousson: “el juez expía cruelmente su amor a la literatura y a la gloria”. Al término de cada comida, cuenta las cucharas de plata y verifica si sus chucherías siguen en las vitrinas.
Además, hay un incidente. Cierta noche, ingresan ladrones al vestíbulo y se alzan con sobretodos, sombreros y bastones. Los autores, sospecha Brousson, fueron “compañeros nocturnos que el juez recluta no se sabe dónde”.
Pero el maestro está literalmente embrujado por esa mujer. Cuenta Paul Groussac que quedaron en almorzar un día, y a última hora France se excusó por nota, alegando una jaqueca. Rato después, Groussac pasó por un hotel y lo vio, cuenta, “en compañía de una madura y corpulenta comediante”.
Alarmante
A todo esto, la escasez de público en el Odeón es alarmante. Ya el maestro diserta ante la sala semivacía. Para peor, llega a la ciudad el español Vicente Blasco Ibáñez, el autor de “Sangre y arena”. A diferencia de lo que ocurre con France, sus conferencias se llenan de gente. Ocurre que el menú es más variado, más actual y más interesante. Cuando Brousson se lo hace notar, France se encrespa. Blasco Ibáñez “es un hombre orquesta, un músico ambulante. No se puede exigir que yo haga otro tanto a mi edad”, dice.
De todos modos, la sociedad porteña lo agasaja. Va al Círculo de Armas y obsequia una foto dedicada a su presidente, Jorge Artayeta. Otra noche la velada es en el Jockey Club. Ni bien puede, sale huyendo. “Una comida sin mujeres, qué barbarie. ¡Vamos al Odeón! Esta gente es fastidiosa”, dice a Brousson.
Como un jovencito
Y el idilio con La Característica crece. El maestro no la deja sola ni siquiera en el camarín, cuando se maquilla. France conversa con Brousson. “Resumamos: la razón me dice quédate con la señora. El amor me grita vete con La Característica. Estoy hecho cuartos. No soy razonable. ¡Y tengo sesenta y cinco años! Estoy enamorado como un jovencito de veinte”. Le han mandado anónimos con listas de amantes de su adorada. No le importa. “¡No es doncella, ni yo tampoco! ¡Bonitos estaríamos a nuestra edad con esa rosa en el sombrero!”, dice.
La falta de público convence al maestro que hay que terminar con Rabelais y el siglo XVI. Los organizadores están desesperados, porque la recaudación no alcanza para pagar los honorarios. Se resuelve entonces una velada de gala donde France hablará sobre la Argentina y los argentinos. Arma un pastiche de apuro, apelando a los libros del periodista viajero Jules Huret, a la guía Baedeker y a alguna geografía. Además, lee unos poemas.
En otra conversación, Brousson le aconseja no separarse de madame Caillavet. Es una mujer práctica, que le soluciona mil problemas domésticos. “Diviértase lo que quiera con las monitas, pero ponga la sordina”, le aconseja. En la casa del juez, la situación ya es insostenible. Los actores almuerzan y comen con un apetito de náufragos: tanto, que el juez ha empezado a suprimir platos para ahuyentarlos.
El secretario anclado
Un día, France resuelve volver a su tierra, con La Característica. Cuando suben juntos al auto que los lleva al puerto, le dice: “Ya es hora de dejar esta ciudad sin pasado. ¿Ha sido usted dichosa en ella, reina mía? Para mí, Buenos Aires es usted”.
Brousson nunca esperaba lo que ocurre rato después, en el puerto. En el momento en que cruzaba la planchada, Anatole France se interpone. “Hijo mío, déjenos aquí. Sí, es mejor, volveremos a vernos en Francia”. Le achaca que “ha carecido de magnanimidad” con La Característica. Está dispuesto a olvidar eso, pero lo hará después. Le entrega un sobre y “saltó ligero y vencedor al vapor. Yo, como en las tragedias, me quedé embobado, sentado sobre la valija”, cuenta Brousson.
El sobre contenía un pasaje en el “Magallanes”. Pero Brousson no tenía un peso. Pudo subsistir hasta la salida del vapor, gracias a que “La Nación” le pagó generosamente un resumen de las conferencias del maestro, y a que Enrique Larreta le consiguió un contrato para enseñar francés a dos chicos que viajaban a Francia con sus padres, en el “Magallanes”.
Lo que siguió
France llega meses después a París. Del brazo de La Característica, -aunque muerto de miedo y de vergüenza- pasa sin saludar a la desolada Madame Caillavet, que ha ido a recibirlo. Se instala con la actriz en su casa. Pero a poco andar, se aburre de esta mujer que le cambia los muebles, que desprecia las antigüedades y que insiste en hacerlo jugar a las cartas con sus amigas. Un día, Anatole France se reconcilia con Madame Caillavet y se van de viaje. La Característica, al volver de una partida de naipes, se entera por la criada de que “el señor se ha embarcado con la señora”, y no sabe cuándo volverá.
El maestro trató de reconciliarse con Brousson, usando como intermediaria a Madame Caillavet, pero el ex secretario rechazó fríamente esas gestiones. Madame murió en 1910. France se casó en 1920 con Emma Laprévotte, y al año siguiente ganó el premio Nobel de Literatura. Murió el 12 de octubre de 1924. Ese mismo año, Jean Jacques Brousson publicó su desopilante “Anatole France en pantuflas”, un verdadero best seller que le redituó mucho dinero. Y en 1927, editó el no menos ameno e incisivo “Itinerario de París a Buenos Aires”, que contenía la crónica del famoso viaje.
Jean Jacques Brousson murió el 24 de enero de 1958, en Uzès. Ya por entonces, los lectores de Anatole France eran escasos.