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LAS PROCESIONES. Eran una “lección de estética” para hombres “de tan escasa sensibilidad”.

“La única fuerza moral”, según Juan B. Terán


“La Iglesia fue la sola fuerza moral presente en el nacimiento de América”, escribió Juan B. Terán en la revista “La Cumbre”, en 1925, con prosa clásica y elegante. “A la sombra de las iglesias, cuyos muros eran los menos provisorios de la aldea fundadora de sus ciudades, bajo la sugestión de sus pomposas ceremonias y de la grave música litúrgica, entre las espiras perfumadas del incienso, se aquietó un instante la sangre del conquistador azuzada por la jauría de los instintos”.

En ese momento, dejaba la espada, se aflojaba el coselete y “el temerario, blasfemador y lomienhiesto soldado se inclinaba destacado, en esa única ocasión en que no lo fuera por rodar caballo y caballero en correrías de indios, o por robarle la celada un terrible mandoble en riña por amores o codicias”. Era la iglesia también “una fuente de poesía”, con ese “milagro” diario que relataba “el fraile conversor venido de entre los indios, con abono de testigos castellanos”.

Las procesiones, frecuentes, eran “la mayor lección de estética para aquellos héroes de tan escasa sensibilidad”. Sobre todo, cuando llegaba el nuevo obispo. “Escoltada la lenta procesión por caballería sudorosa que las salvas de los arcabuces encabrita, desfila en la atmósfera profunda de una tarde tropical, por calles que son sendas en campo abierto. El sol empavona picas y coracinas. Pasa el obispo sobre andas bajo palio de damasco, por entre arcos cañizos de triunfo, al compás de las letanías, poniendo, como un símbolo de paz, la pincelada lenitiva de su vestidura violeta en el colorido violento del cuadro. Cierran la procesión las cofradías de indios doctrinados, con sus pendones”. Al fin, “su paso maquinal se apaga, junto con los últimos repiques de las campanas, por la calleja lateral de la iglesia”.