Nada elogiosas, de Domingo Navarro Viola.
En 1854, el doctor Domingo Navarro Viola visitó Tucumán y dejó escritas unas lacónicas -y nada elogiosas- impresiones sobre nuestra ciudad. Las publicaría póstumamente su hermano Miguel, en “La Revista de Buenos Aires”. Respecto de la Casa de la Independencia, apunta que la sala de la Jura “ninguna variación ha sufrido desde entonces, sino un tabique postizo”. A su juicio, “nada puede despertar aquí la atención sino los recuerdos”. A las casas de comercio que negociaban mercadería de ultramar las encontraba “con muy poco lujo interior, a términos que recién empieza a introducirse en ellas el alumbrado de aceite”.
Sobre las iglesias, a la de La Merced la hallaba “pésima”. Se veían al lado “los arranques de un bello templo colonial”, pero los frailes primero y los sacerdotes después, “no se han afligido de manera alguna por concluirlo, y celebran las ceremonias del culto en un galpón más bien que templo”. En cuanto a la iglesia de los Dominicos, era “la peor de las que hay en la ciudad”, agregando que “el convento, bastante rico y sin personal, puede muy bien venir a hacerse heredar por el fisco”.
El cementerio (Mendoza y Salta), construido en tiempos de la ciudad pequeña, “está hoy encerrado en ella y causa graves males al vecindario. Tiene su pequeña capilla y sirve como de tenencia de curato”. El teatro, era “bastante bueno”, con capacidad para unos quinientos espectadores, pero “el poco cuidado hace que no se halle en muy buen estado: sin embargo, sirve”. Existe “un mercado no muy capaz aunque de buena vista: se mantiene poco la policía en este sitio”. Las calles “son rectas y con malas veredas; sólo hay cuatro empedradas y tres numeradas”. El alumbrado público “es malísimo”. En fin, “nada más ofrece de particular la ciudad”.