La plaza, la Catedral, casas, gente
El inglés L. Hugh de Bonnelli visitó Tucumán en 1852. En su libro “Travels in Bolivia with a tour across the Pampas to Buenos Ayres”, narra su entrada a “la deliciosa ciudad y Provincia de Tucumán”. Veía “haciendas con sus ricos cultivos de caña de azúcar, maíz y otros, nativos del suelo, que se encontraban en gran abundancia”. Además, “pequeños bosques de naranjos, formando arboledas y avenidas, brotaban ante la vista en todas las direcciones”.
Llegaron por fin a la plaza, “un espacioso cuadrilátero formado por algunos edificios nuevos, de carácter muy superior”. Apreció la Catedral a punto de concluirse, que “prometía una hermosa estructura, con sus imponentes torres elegantemente decoradas por artistas franceses”. Además “había muchos otros edificios ostentosos, numerosos cafés, negocios y residencias privadas”.
Las casas, de gran tamaño, tenían “sus habitaciones en la planta baja”, rodeando “varios patios, que incluyen habitaciones y cocinas para los sirvientes. A mano está un jardín y huerta de naranjos plantados en hileras”. Allí la familia estaba durante el día, pues el intenso calor hacía “insoportables” las habitaciones. “A la noche, cuando la luna está alta, la gente sale afuera para disfrutar del aire refrescante”. Le parecía la culminanción “de todo lo encantador”. Se veía a la entrada de las casas “un selecto grupo de damas y caballeros, en el placer de un intercambio social; las mayores, abanico en mano, vestidas de blanco con buen gusto, y exhibiendo, como sus ancestros españoles, una rosa solitaria como adorno, en medio de su precioso cabello negro”.