Confesión de Jaimes Freyre a Juan B. Terán.
LEl poeta boliviano Ricardo Jaimes Freyre (1868-1938) se estableció por espacio de dos décadas en la ciudad de Tucumán. Entre nosotros enseñó, escribió y además se hizo historiador. No se ignora que fue una personalidad muy destacada de aquella Generación del Centenario, que rodeó a Juan B. Terán en la fundación de la Universidad de Tucumán. Tenía un sitial en el primer Consejo Superior de la casa. Era gran amigo de Terán y de todo su grupo. Se reunían en aquellas largas tertulias que Juan Heller recordaría con nostalgia y admiración.
Sobre la personalidad del poeta, tiene interés cierto asiento de 1911, que insertó Terán en su diario personal. Este narra que, en mayo de ese año, mantuvo una larga conversación con “mi amigo Ricardo Jaimes Freyre, que es tal vez el personaje más interesante de la ciudad”. Es entonces que el poeta resuelve hacerle una confesión que, dice Terán, “me complace como confirmación de una vieja teoría mía”. Ocurre que Jaimes Freyre le manifiesta, en un momento dado: “tengo la convicción de que yo podría hacer cualquier tarea”.
Sigue Terán. “Es claro que significa sobresalir en cualquier cosa. Sin embargo (Jaimes Freyre) es hombre que no ha hecho ningún negocio, y que sólo ha hecho versos, descripciones y dado lecciones. Y yo encuentro que tiene razón. Sería un gran negociante, un hombre de vuelo comercial, un industrial audaz”.
Pero el poeta ha agregado: “impiden mi éxito y mi acción dos cosas: la inteligencia y la pereza, aún como hombre de letras. Nunca he distribuido mis libros; no contesto jamás correspondencia literaria”. Agrega que “(Rubén) Darío tiene pereza, pero no indiferencia. Lugones no tiene ninguna de ambas”.