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JUAN B. TERÁN. Busto del fundador de la Universidad de Tucumán, obra del escultor Juan B. Finocchiaro

Una semblanza del periodista Rodolfo Romero.


“Conozco al doctor Juan B. Terán desde que regresó de Buenos Aires con su flamante diploma de abogado en el bolsillo. Traía la misma sonrisa placentera que hoy es su rasgo fisionómico saliente”, escribía Rodolfo Romero en “Caras y Caretas” de abril de 1919.

Añadía que “no ha perdido ni un rasgo desde aquella lejana época. La misma movilidad que es curiosa preocupación, el mismo optimismo por la vida, la misma disposición para no perder un minuto en disquisiciones banales. El doctor Terán no pierde tiempo. Quiero decir que tiene un concepto tal del valor de este, que no lo despilfarra jamás. Lo emplea en cosas útiles y como los que saben usar bien su dinero, siempre le luce. Esto no quiere decir que no tenga amigos, que no le agrade el rato de divagación; pero todo a su tiempo, todo en oportunidad”.

Escribía Romero que Terán “atiende su estudio de abogado, que se imaginan ya que es de los que cuentan con mayor clientela”. Además, “estudia, escribe”. Sus libros “tienen página entusiastas, de allá, de cuando volvía de las aulas. Sus ‘Estudios y notas’ están llenos de fe juvenil. Aplaude con amor apasionado, polemiza, discute con Unamuno, hace crítica, contiene ‘anotaciones marginales’. Todo esto, con una infinidad de discursos, proyectos, hasta uno de un nuevo trazado de la ciudad, pero de una ciudad subtropical como esta”.

Su actividad “no le impidió ser político militante, diputado a la Legislatura, ni el ser periodista, etcétera”. En resumen, Terán “es un gran trabajador y un ejemplo loable en medios como los nuestros, donde cuando se hereda se despilfarra, y donde las gentes ociosas se visten de orgullo y se hinchan de vanidad, por méritos de los parientes y por los sudores que ellos no derramaron”.