Terán analizó esta singular personalidad.
Por Carlos Páez de la Torre H31 Agosto 2017
Al general-doctor Alejandro Heredia, quien gobernó Tucumán desde 1831 hasta su asesinato en 1838, se refiere Juan B. Terán en varios párrafos de sus trabajos históricos. Pensaba que no se lo debía confundir con otros mandones de tiempos de Rosas, porque tiene “su figura y su historia aparte”. Era “un espíritu comprensivo, pero sin claridad, y es por eso que su energía fue siempre irregular”. Tenía “gusto por las ideas y los discursos, amaba los salones, las fiestas, la pompa. No era extraño a las seducciones de la adulación y a los honores. No era un caudillo brutal, pero su encumbramiento rápido lo ensoberbeció”.
A Heredia “le lisonjeaba la buena opinión de los letrados y se picaba de ser a su turno atildado y elocuente”. Era también “arbitrario y despótico; una desobediencia en un momento de irritación, o un capricho bajo la acción del alcohol, podían arrastrar a la azotaina o quizás al banquillo. Pero sabía ser culto y deferente con las gentes principales, y esto del alcohol era sobre todo de los últimos tiempos”.
“A Heredia no podía aplicarse la psicología federal que tan cabalmente reflejaban Benavidez de San Juan, Gutiérrez de Tucumán, por ejemplo: hombres simples, de energía mansa, sin tolerancia pero sin crueldades inútiles, sin cultura pero sin suspicacias, con sentido práctico, generalmente campesinos que se improvisan militares”.
El gobernador Heredia, en cambio, “era vanidoso y doctoral. Por vanidad, quizá, le gustaba parecer tolerante. Sabía demasiado latín y hacía demasiados discursos para ser buen federal. Le faltaba ser ‘decente’ y ‘honorable’ para ser unitario, aunque tenía la gravedad y ampulosidad necesarias. Estaba, en fin, colocado fuera de su tiempo y de su medio. Fue por eso su carrera irregular y su destino incompleto”.