Gestor de la movilización que posibilitó la victoria de 1812, Aráoz enfrentó la anarquía instituyendo la “República de Tucumán”. Rencores de las provincias vecinas, ambiciones de sus oficiales y el caos general, dieron trágico fin a su vida.
Desde poco después de la Revolución de Mayo y durante más de una década, la historia cívica y militar de Tucumán giró en torno a Bernabé Aráoz. Nació en 1775 o 1776. Era uno de los seis hijos de don Juan Antonio Aráoz de La Madrid y de doña Josefa de Córdoba Gutiérrez. Su familia, importante y acaudalada, se había establecido aquí en el siglo XVII.
Debe haber recibido las primeras letras en la escuelita de los Franciscanos. Después, se dedicó al comercio y a la atención de sus grandes estancias de la Florida y de Santo Domingo, al sudoeste de la provincia. Estas faenas le dieron gran prestigio entre la población rural, que sería siempre su sostenedora más entusiasta. En la ciudad, su casa se alzaba en la calle de La Matriz -hoy Congreso- media cuadra al sur de la plaza principal.
Integró la milicia, como todo vecino “principal”. En 1803 era portaestandarte del flamante “Regimiento de Milicias Disciplinadas de Voluntarios de Caballería del Tucumán”. En 1805 se casó con Teresa Velarde, hija del santanderino José de Velarde y de la tucumana María Teresa de Villafañe Aráoz. Del matrimonio nacerían siete hijos.
La victoria del 24
Adhirió sin vacilaciones al pronunciamiento de mayo de 1810, y ese año fue nombrado Alcalde de Segundo Voto del Cabildo. Dos años más tarde entra de lleno en la escena pública cuando Manuel Belgrano, con el Ejército del Norte, viene en retirada desde Jujuy con rumbo a Córdoba. El vecindario, encabezado por Bernabé Aráoz y su pariente el presbítero Pedro Miguel Aráoz, se alarma ante tales novedades. Aráoz requiere enérgicamente a Belgrano que se detenga en Tucumán y enfrente a los realistas. Promete ayudarlo con dinero, hombres, cabalgaduras y víveres. Belgrano se convence y Aráoz cumple su promesa. Moviliza a todo el pueblo en la tarea de reforzar el ejército, que así podrá ganar la batalla del 24 de setiembre de 1812.
No consta en documentos la participación personal de Aráoz en esa batalla, pero sí en la del año siguiente, de Salta, el 20 de febrero de 1813. “No hallo, Excelentísimo, la expresión bastante para elogiar a los jefes, oficiales, soldados, tambores y milicias que nos acompañó del Tucumán al mando de su coronel D. Bernabé Aráoz”, expresa Belgrano en el parte de la batalla. Aráoz y Jerónimo Zelarayán se batieron al frente de los escuadrones de milicias, secundados por el capitán de Dragones José Balderrama.
Primer gobernador
A fines de enero de 1814, José de San Martín toma la jefatura del Ejército y Aráoz le causa gran impresión. En carta al Director Supremo, Gervasio Posadas, el futuro Libertador llama a don Bernabé “sujeto el más honrado y completo que se conoce en toda la provincia”, y opina que “no se encuentran más de diez en América que reúnan más virtudes”.
Los elogios harán efecto. El 4 de abril, Aráoz asume el máximo cargo político de la región. Posadas, por decreto del 10 de marzo, lo designa Gobernador Intendente de Salta. Meses más tarde, el Directorio crea -decreto del 8 de octubre- la Provincia de Tucumán, con cabecera en San Miguel de Tucumán y las ciudades de Santiago del Estero y Catamarca como subordinadas. Y el 14, nombra “primer Gobernador Intendente” de la nueva jurisdicción a Bernabé Aráoz.
Araóz marcha, pues, en perfecto acuerdo con los planes nacionales. Hace jurar en Tucumán el Estatuto de 1815. Quiere asegurar la absoluta subordinación del pueblo al poder central, en esa hora difícil. Así lo machacan sus proclamas. Impone empréstitos y contribuciones “sin réplica ni súplica” para alimentar, vestir y equipar a las tropas, en varias ocasiones. Destina esos fondos para mantener los 1.500 soldados de la expedición French, enviada para reforzar el Ejército del Norte, o para atención de los soldados heridos que van llegando a Tucumán tras el desastre de Sipe Sipe.
Eficaz gestión
Cuando se reune el Congreso en Tucumán, en 1816, el gobernador Aráoz -ya ascendido a coronel mayor- toma todas las medidas para facilitar y organizar la reunión. Tanto dispone el local de las sesiones -para cuyo mobiliario inclusive facilitará, de su propia casa, la mesa y el sillón de la presidencia- como se encarga de todos los detalles que aseguren el alojamiento de los congresales y la normalidad de las deliberaciones. No por eso descuida la costosa atención al Ejército del Norte, que pronto arriba a Tucumán en su totalidad. Y a la Fábrica de Fusiles, que funciona al este de la ciudad.
El Congreso declara la Independencia el 9 de julio de 1816, y el 25 la jura el pueblo en el Campo de las Carreras. Allí habla Aráoz, para recordar con entusiasmo y gratitud a los caídos en la crucial batalla librada cuatro años atrás.
En 1817, Aráoz logra que San Miguel de Tucumán cuente con buena agua para beber, costeada por su peculio. El Cabildo le promete “eterna gratitud” por haber traído gratuitamente, “desde la distancia de cuatro leguas en que existen manantiales” y venciendo “la informe desigualdad del terreno”, ese líquido que ha hecho su entrada “salutífera y heroica” en la ciudad.
El golpe de 1819
El 6 de octubre de 1817 termina su período de gobernador y lo reemplaza el coronel Feliciano de la Mota Botello. Se retira entonces a la vida privada. Dos años después, el 19 de noviembre de 1819, un grupo de oficiales de la guarnición, al mando del coronel Abraham González, derroca a Mota Botello y se apodera del gobierno. Luego, un “cabildo abierto” llama con urgencia a Bernabé Aráoz a la estancia de Río Seco, y lo unge gobernador.
Aráoz justifica el movimiento en carta a San Martín. “Amenazados del enemigo y sin ninguna esperanza de podernos defender si no se variaba de gobierno, porque el que teníamos no aspiraba a salvar al país sino a destruirnos completamente, fue de necesidad tomar las medidas que se tomaron”, le escribió el 17 de marzo del año siguiente. Aseguraba que, a pesar de todo, podía contar con él.
Al empezar 1820, las Provincias Unidas entran en caos. En febrero, los caudillos tumban al Directorio en la batalla de Cepeda y se disuelve el Congreso. Desde Córdoba, Juan Bautista Bustos convoca a un “Congreso general”. A fines de febrero, Aráoz informa al Cabildo que es preciso “fijar el destino provisorio que debe regirnos”. Y hasta que se reúna el Congreso de Bustos, a ese “destino provisorio” debe establecerlo un Congreso provincial -integrado por Tucumán y sus subordinadas- para el que invita a designar electores de diputados.
La “República”
La convocatoria traerá problemas en Santiago, cuyo vínculo con la cabecera era siempre azaroso. La elección desata un conflicto que terminará con la declaración de autonomía (27 de abril) y la llegada de Juan Felipe Ibarra al gobierno, que desempeñará por 31 años desde entonces. Por el lado de Catamarca, aunque no sin dificultades, se eligen los diputados a “la Representación de la Provincia federal” (ya la palabra empieza a difundirse), que deberá “formar la Constitución”.
Esta se dicta el 18 de setiembre. Declara a la provincia de Tucumán “República libre e independiente”, aunque “unida sí con las demás que componen la Nación Americana del Sud y entretanto el Congreso General de ella determine la forma de Gobierno”. Es decir que lo de República no pasaba de ser la expresión dictada por algún abogado. El “Presidente Supremo” es Bernabé Aráoz. La carta -de articulado muy similar a la Constitución de 1819 que los caudillos rechazaron-, dispone instalar el Poder Legislativo y el Poder Judicial.
Guerra con las vecinas
En 1821 estalla la guerra. Aráoz quiere reincorporar a Santiago por la fuerza. Parece haberlo logrado, hasta que Ibarra derrota a sus fuerzas en Los Palmares. Antes, el santiagueño ha pedido auxilio a Martín Güemes. El gobernador de Salta aprovecha la ocasión para dar rienda suelta a su inquina contra Aráoz y a su vieja ambición de predominio sobre Tucumán. Ya no importa el resultado de Los Palmares: Güemes declara la guerra a Aráoz y su fuerza entra en territorio tucumano, combinada con la de Santiago. El 3 de abril, en el Rincón de Marlopa, el ejército de la República lo vence completamente. Intentará Güemes otros ataques, pero resulta otras dos veces batido, en Trancas y en Acequiones.
Se firma el Tratado de Vinará. Es sólo una tregua, porque las turbulencias prosiguen. Además, hay un reventón en el frente interno. Catamarca se declara autónoma el 25 de noviembre de 1821, y el 28 se alza Abraham González contra la República y contra su antiguo jefe. Como no puede enfrentarlo de momento, Aráoz escapa y se refugia en la campaña. Poco después será capturado y llevado a Santiago.
Delirio anárquico
Cuatro meses más tarde, Javier López y Diego Aráoz, oficiales adictos -todavía- a Bernabé Aráoz, derrotan y deponen a González, en enero de 1822. Pero López (antiguo empleado de Aráoz en Monteros) y Diego Aráoz (pariente lejano de don Bernabé: era primo segundo de su padre) no concilian sus respectivas ambiciones de mando y están a punto de enfrentarse. Para evitar “una pronta anarquía”, el Cabildo nombra gobernador a don Diego. No acepta López y chocan en combate, con el triunfo del primero. Entretanto, Bernabé Aráoz pudo fugarse y reaparece en Tucumán. Hábilmente, López se pone de su lado. Tras varias gestiones, don Diego renuncia y asume el gobierno don Bernabé.
Muy poco después, Diego Aráoz empieza nuevas hostilidades. El Cabildo cree obtener la paz con la designación de Clemente Zavaleta en el gobierno. Pero los choques siguen. López se alía con Ibarra contra Bernabé Aráoz y ataca la ciudad, pero es derrotado. Zavaleta deja el gobierno, que pasa de mano en mano como brasa: el alcalde Pedro Velarde, un triunvirato, Diego Aráoz, otra vez Velarde, nuevamente Diego Aráoz.
Fin de su era
En julio, Bernabé Aráoz marcha contra don Diego, lo derrota y es elegido gobernador por el Cabildo. Pero don Diego se rehace en agosto y bate a don Bernabé. Asume el gobierno, por unos días, el doctor Nicolás Laguna. En octubre, Bernabé Aráoz triunfa sobre las fuerzas unidas de don Diego, Javier López -su ahora aliado y flamante yerno- y fuerzas catamarqueñas. Vuelve a asumir el gobierno, que desempeñará durante once meses.
Trata de poner algo de orden en la ciudad, tan aterrorizada por los combates como empobrecida por el saqueo posterior. Pero Diego Aráoz la ataca a comienzos de agosto de 1823 y logra tomarla. El gobernador Bernabé reúne fuerzas en el campo y enfrenta a Javier López en el Rincón de Marlopa, el 25. Es completamente derrotado y debe refugiarse en Salta. La era de Bernabé Aráoz ha terminado.
Diego Aráoz asume el gobierno y a poco andar lo reemplaza el doctor Laguna. En febrero de 1824 el jefe de la fuerza provincial, Javier López, es nombrado gobernador.
Muy poco después, La Sala de Representantes forma causa contra Bernabé Aráoz: lo responsabiliza por la incursión de partidas armadas desde Salta. Ante ello, el gobierno de esa provincia decide suspender el asilo de don Bernabé y entregarlo a Tucumán.
Morir en Trancas
La escolta salteña lo lleva hasta Trancas. Allí lo deja en manos de los soldados de López, que manda el coronel José Martín Ferreyra. Es el 7 de marzo. No se sabe porqué, el preso y la tropa quedan acampados, en lugar de volver a Tucumán.
El 24 de marzo de 1824, Ferreyra dispone fusilar a Bernabé Aráoz. Ese día, el gobernador López informa escuetamente a la Sala que el preso había “pretendido hacer fuga seduciendo a la tropa” y que “por este motivo el comandante comisionado don M.F, para cuidar de su seguridad ha resuelto fusilarlo”. Como dice Paul Groussac, “no puede caber duda que la ejecución fue ordenada por el Gobierno: un oficial subalterno no podía asumir sin orden tamaña responsabilidad”.
Según la versión que el capitán Joseph Andrews recogió en Trancas al año siguiente, ante el pelotón Aráoz “se preparó a aceptar valientemente su destino, sin vacilaciones. Fue su última acción fumar un cigarrillo de papel del que, casi consumido, hizo caer la ceniza con los dedos, al mismo tiempo que exclamó filosóficamente: la existencia humana es como estas cenizas; luego se sometió a la sentencia sin temor”.
Todo un patriota
El general José María Paz, que bien conoció a Aráoz, lo describe en detalle. “Jamás se inmutaba, ni he sabido nunca que se le viese irritado; su exterior era frío e imperturbable, su semblante poco atractivo, sus maneras y hasta el tono de su voz lo hacían más propio para llevar la cogulla que el uniforme de soldado; prometía mucho, pero no era delicado para cumplir su palabra; por lo demás, no se le conocía más pasión que la de mandar, y si merece que se le dé la clasificación de caudillo, era un caudillo suave y poco inclinado a la crueldad”.
Aráoz fue un patriota decidido y eficaz. Su acción resultó fundamental para mantener la acción militar de la revolución en el norte, y en ese propósito no rehuyó los mayores sacrificios. Al comenzar la disolución del poder central de las Provincias Unidas, ideó organizar la región en una República de Tucumán que la unificara institucionalmente, para contener la anarquía y el caos. De lograrlo, sin duda hubiera repetido la gestión de gobernante ordenado y progresista que cumplió de 1814 a 1818.
Pero sus planes chocaron con los rencores de las provincias vecinas y sus pasiones autonomistas, con las ambiciones de mando de sus oficiales y con el clima general de revuelta que en esos momentos invadía el país. Eso lo precipitó en el incesante guerrear de 1821 a 1823. Que terminó con su arbitrario fusilamiento, perpetrado sin forma alguna de juicio en una provincia donde teóricamente funcionaban los tres poderes.