Célebre discurso del presidente Sarmiento.
Rescatemos hoy unos pocos pero memorables párrafos del acaso más famoso discurso del presidente Domingo Faustino Sarmiento: el que dijo el 24 de setiembre de 1873, con motivo de la inauguración de la estatua de Manuel Belgrano portando la Bandera Nacional, en la Plaza de Mayo. Recordó que “tal día como hoy, el general Belgrano, en los campos de Tucumán, con esa bandera en la mano, opuso un muro de pechos generosos a las tropas españolas, que desde entonces retrocedieron y no volvieron a pisar el suelo de nuestra patria”.
Era justo recordar, dijo en otro tramo, “en honor y gloria de esta Bandera, que muchas repúblicas la reconocen como salvadora, como auxiliar, como guía en la difícil tarea de emanciparse. Algunas se fecundaron a su sombra; otras brotaron de los jirones en que la lid la desgarró. Ningún territorio fue sin embargo añadido a su dominio; ningún pueblo absorbido en sus anchos pliegues; ninguna retribución exigida por los grandes sacrificios que nos impuso”.
Quedarían célebres los párrafos finales de la conmovida arenga. “Hagamos fervientes votos porque, si a la consumación de los siglos, el Supremo Hacedor llamase a las naciones de la tierra para pedirles cuenta del uso que hicieron de los dones que les deparó, y del libre albedrío y la inteligencia con que dotó a sus criaturas, nuestra Bandera, blanca y celeste, pueda ser todavía discernida entre el polvo de los pueblos en marcha, acaudillando cien millones de repentinos, hijos de nuestros hijos hasta la última generación; y deponiéndola sin mancha ante el solio del Altísimo, puedan mostrar, todos los que la siguieron, que en civilización, moral y cultura intelectual, aspiraron sus padres a evidenciar que, en efecto, fue creado el hombre a imagen y semejanza de Dios”.