Opinión del senador tucumano Villafañe.
El tucumano Benjamín Villafañe (1819-1893) integraba el Senado de la Nación en 1871, cuando se debatió el ajetreado problema de dar una Capital a la República, y que ella no fuera en Buenos Aires. Sus colegas en la Comisión de Negocios Constitucionales, Daniel Aráoz y Federico Ibarguren, opinaban que debía instalarse en Córdoba.
Villafañe tenía otro criterio. Su biógrafo Ángel J. Carranza recuerda que el tucumano optó “por la Villa Constitución, situada en el paraje de Las Piedras, sobre la costa derecha del Paraná, más abajo del Rosario, fundándose en su ventajosa ubicación entre Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos”. Era “un punto, aunque poco poblado, políticamente estratégico, protegido como estaría por las tres provincias más fuertes de la República y a orillas de una gran arteria fluvial que conduce a las demás”.
Pero, añadía Villafañe, se trataba de una cuestión muy seria, y que podía traer nuevas rupturas, si se la sancionaba “sin la meditación suficiente”. Pensaba que “debía consultarse antes, si mediaba una necesidad real, un deber imperioso, apremiante, al pretenderse resolver de exabrupto y con ligereza, materia de tanta trascendencia”.
Finalmente, el Congreso optó por Villa María, población de Córdoba. El senador tucumano combatió esa decisión en un artículo titulado “La Capital en el desierto”. Afirmaba que Villa María estaba en el desierto y, para nosotros, el desierto “es el enemigo armado de la pica y desafiando la civilización. El desierto es la barbarie, la amenaza permanente contra la vida, contra la propiedad, contra el trabajo. Los tiranos nos vienen del desierto”.