Doña Carmen Nóbrega, modesta y caritativa.
El grueso tomo de homenaje a Nicolás Avellaneda, que editó en 1908 el Círculo “Nicolás Avellaneda”, compila numerosos juicios vertidos sobre el ilustre presidente tucumano. Hay uno, firmado por M. Vivianne, que se refiere a la esposa de Avellaneda, doña Carmen Nóbrega.
Narra aspectos de su trayectoria y de su muerte. Falleció doña Carmen el 18 de febrero de 1899, “rodeada de todos sus hijos y escuchando las oraciones para los agonizantes, que el capellán, padre Laphite, recitaba en voz alta”, escribe Vivianne. Se detiene en el testamento de doña Carmen, al que considera “un ejemplo y una lección”.
En ese documento, luego de “indicaciones prácticas y previsoras en la distribución de sus bienes”, para evitar todo lo que pudiera rozar la paz y la unión de la familia, pedía a sus hijos que “continúen todas sus obras de piedad y de beneficencia”. Consignaba “con minuciosa religiosidad, una larga lista de pobres que debían ser socorridos con las mismas limosnas que recibían mientras ella vivía; como también pedía que se mantuvieran las cuotas mensuales a templos en construcción, sociedades y asilos de beneficencia”. Señalaba fechas y sucesos que deseaba que sus hijos siguieran conmemorando, “para que no se debiliten las tradiciones de la familia y no se disipen al viento las cenizas del viejo hogar”.
Sobre sus exequias, daba instrucciones terminantes. Quería “un entierro modesto; un carruaje fúnebre de dos caballos; que no se invite por los diarios y que sólo concurran las personas íntimamente vinculadas”. Era, en suma, una dama verdaderamente modesta y con profundo desagrado hacia la ostentación. Por eso es que nunca hizo público que el Papa León XIII había otorgado una condecoración. “Nunca la usó y hasta prohibía que se mencionara”.