Las intencionadas reflexiones de Juan Heller.
Hasta sus últimos años, ese gran jurisconsulto y humanista tucumano que fue el doctor Juan Heller (1883-1950), presidente de la Corte Suprema de la Provincia, disfrutaba publicando, en LA GACETA, artículos de tema jurídico, todos llenos de reflexiones y de enseñanzas.
En uno de ellos, incidentalmente, afirmaba que nadie podía dejar de impresionarse frente a la estructura judicial. Lo había percibido muchas veces. Narraba, por ejemplo, que al famoso médico y político Amador Lucero, ministro de Gobierno, en una visita protocolar a los Tribunales, se le notaba el embarazo de estar allí, a pesar de su habitual desenvoltura. Era una sensación que provenía, apuntaba Heller, “de esa conciencia del Derecho; de ese sentimiento de la propia culpa que embarga al hombre; de su necesidad de perdón y de justicia”
En otro tramo del escrito, apuntaba que, para el juez, fallar era siempre una difícil tarea. Arrimaba una anécdota. “Un conocido anciano de Cruz Alta sin heredero forzosos, resolvió repartir sus bienes en vida entre sus mejores allegados, reservándose para sí lo que calculó suficiente. Pero tales reservas se le concluyeron y quedó en la indigencia, abandonado por sus favorecidos y obligado a vivir de la caridad”. La imploraba diciendo: “Señor, una limosna para un hombre que la vida le sobró y la plata le faltó”.
El ejemplo era real (se lo había narrado don Javier Mendilaharzu) y constituía un caso “que el abogado no vería como el juez, y que la conciencia popular apreciaría de distinta manera”. Pero, terminaba, “la misericordia no es atributo de los jueces. ¡Pero tampoco es digno de tal nombre, aquel en cuyos labios se ha refugiado el hastío, y a cuyos ojos, como los de las estatuas, les son desconocidas las lágrimas!”